domingo, 22 de agosto de 2010

Capítulo XXI: Sonidos de cacahuete misteriosos…

Esther escuchó un ruido. Un ruido de esos que no te deja dormir. Era como si algo o alguien estuviera masticando cacahuetes a su lado. Demasiado cerca de su oreja como para soñar con los angelitos. Descartó a Ariadna de inmediato porque sabía que era alérgica a los frutos secos. ¿O era su hermano el alérgico? ¿Por qué una espesa nube se había instaurado en sus pensamientos? ¿Por qué todo parecía tan irreal?

Abrió los ojos y no vio absolutamente nada. Nada. Ni posible roedor, ni inexplicable monstruo, ni amigos, ni campamento… nada. Estaba echada en el suelo de una playa solitaria junto a un mar demasiado sereno. Se incorporó asustada y observó lo más rápido que pudo todo su alrededor. Su mente trabajaba lo más deprisa que podía, tratando de buscar una respuesta a una pregunta no formulada correctamente. No hacía frío. No soplaba el viento. No había olas. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Como si estuviera encerrada en un abandonado rincón del universo. Era escalofriante.

El leve sonido que de repente escuchó, la puso en alerta roja. A unos 50 metros pudo ver la fotocopiadora que habían encontrado y una silueta irreconocible, a esa distancia, andaba pegada al artilugio. Se acercó lentamente porque había visto muchas películas de terror y sabía que correr nunca era una opción.

- ¿Ariadna? ¿Eres tú? – preguntó con un hilo de voz a la silueta.
- Sí – respondió una voz familiar sin apenas girarse.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está todo el mundo? – inquirió de nuevo Esther.
- ¿Tengo cara de llevar las cuentas en esta jodida isla? – replicó Ariadna más arisca de lo común.
- ¿Ariadna? ¿Seguro que eres tú? – repitió una vez más Esther.
- No. Soy el espíritu de las Navidades Futuras que ha venido a fotocopiar a su puta madre – respondió Ariadna con la voz entre algo tomada y diabólica.

Fue entonces, a escasos 6 metros, cuando Esther supo que algo andaba mal. El sentido del humor de Ariadna nunca había sido tan sofisticado y además, su amiga, no había dicho nunca jamás tantos tacos seguidos en un intervalo de tiempo tan pequeño.

- Ariadna, gírate inmediatamente. Quiero verte la cara – ordenó acojonada.
- Creo que no es una buena idea – respondió su amiga.
- ¿Por qué salen tantas hojas de la fotocopiadora? ¿Dónde están todos? ¡Maldita seas! ¡Te he dicho que te gires! – gritó dejando a un lado la cordura.
- En eso, ves, ya estamos de acuerdo… estoy maldita – dijo girándose de repente y mostrando las caras fotocopiadas de su hermano David y de Hugo, descansando en paz. El rostro de Ariadna era diabólico, sus ojos rojos como antorchas, su sonrisa podía congelar whisky…
- Si te acercas un paso más te lleno la cara de arena, hija de puta del Infierno – dijo Esther mientras se agachaba temerosa de su suerte.

Ariadna, en un flop, se transformó en un enorme puma que voló literalmente sobre la yugular de Esther, mientras ésta regalaba a la noche uno de los gritos de terror más impresionantes de la historia de la humanidad.

- ¡Aaaaaaahhh! – gritó Esther incorporándose.
- Joder, Esther… casi me matas del susto – dijo Ariadna temblando.
- Pero ¿qué pasa? – preguntó Núria en estado catatónico.
- Acabo de tener una pesadilla horrorosa. Horrorosa – dijo Esther con un hilo de voz.
- ¿Y era absolutamente necesario compartirla con todos? – sonrió Ariadna, acariciándole la cabeza.

Antes de que Esther pudiera contar a sus amigas el contenido de su pesadilla, el sonido de la fotocopiadora se escuchó alto y claro. Era evidente que algo o alguien estaba haciéndola funcionar de nuevo…

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