martes, 14 de septiembre de 2010

Capítulo XXIV: Velas, sueños y cristales blindados…

Mi regreso al mundo de las percepciones fue intenso. Fue como estar en el epicentro de un pequeño terremoto provocado por melones. Grandes melones. Melones verdes. Hugo me agarraba con ambas manos la cabeza, sacudiéndola con fuerza. La cabeza. Su me iba remojando la cara con agua salada del mar que torturaba mis lagrimales injustamente. Mientras, Joana les gritaba preocupada, al no tener claro todavía si nuestros colegas de excursión trataban de reanimarme o rematarme.

Al ver que reaccionaba positivamente a todos sus estímulos, vomitando algo de sangre, Joana se tranquilizó. Trataron de levantarme con una dosis algo justita de cariño. Hugo me agarraba por la cintura del cinturón y Su tiraba de mi brazo izquierdo como si quisiera quedarse con él, mientras Joana me daba mis gafas de moderno. El mundo se hizo nítido. Coño, y además estaba de nuevo en posición vertical. Un poco mareado. Vivo. Contento. Pude ver por primera vez el cadáver del gigantesco mosquito y un escalofrío recorrió toda mi bragueta.

Retomamos el camino hacia la misteriosa luz descubierta por Joana, con Hugo y Su relatándome la titánica lucha contra el mosquito y el ataque final y mortal que, según la versión, padecía algunos cambios sustanciales. Joana repetía constantemente “¡pero qué mentirosos!”, “¡sois unos exagerados!” o “¿falta mucho?”. Yo me divertía escuchando a Hugo explicarme detalladamente cómo descubrió que se trataba de un mosquito macho, o a Su relatando su ya famoso ataque Bonsai. Justo en ese momento, una fuerza espiritual me obligó a mirar mi reloj. Pasaba un minuto de la medianoche. Era 15 de septiembre.

- Un momento – dije con la calma del que sabe que sabe una cosa que los demás no saben. Y me puse a buscar en una de las cremalleras de mi mochila. Hice que Hugo se diera la vuelta a regañadientes, mirando hacia el mar y le di una vela con forma de 3 a Su y otra con forma de 0 a Joana. Les hice las típicas señas correspondientes al mensaje “Hugo cumple 30 años” pero el código no fue bien interpretado y ambas le pegaron un mordisco a su vela.

- ¿Pero que coño estáis haciendo? – pregunté educadamente mientras trataba de recuperar la parte de los números que afortunadamente habían escupido.

Hugo estaba impaciente por los insultos que escuchaba y dejamos que se sentara en la orilla, remojándose los pies mientras nosotros restaurábamos con un mechero las velas del 3 y del 0. Aunque jamás recobraron la bonita forma original, se podía intuir lo que habían sido. Unos putos números. Encendí ambas velas y en una coreografía no ensayada le cantamos a Hugo uno de los cumpleaños feliz más desafinados de toda la historia. Él no pudo evitar que se le escapara una lágrima porque estábamos ridículos y porque siempre había soñado con una tarta de arándanos.

- Pues arándanos hacia el faro, joder – dije ejecutando el juego de palabras más idiota de la historia.

Y fue entonces cuando me rompí la nariz contra nada y caí de espaldas sobre la arena ante la mirada atónita de mis colegas.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Capítulo XXIII: Los otros…

La oscuridad era dulce. Insonora. El alma de Ramón no sentía absolutamente nada. Ni tan siquiera soñaba que estaba en una isla paradisíaca bebiendo zumo de coco. Pero afortunadamente no se trataba de una oscuridad eterna. La penumbra mental fue recuperando terreno y una luz, un pequeño faro, se encendió en la negrura de su nada. Ramón notó que la rodilla le estallaba de dolor. Trató de removerse, buscando el foco de su terrible mal, pero alguien le sujetó con fuerza. Se trataba de unas manazas enormes. Pero sólo pudo ver una gran mancha multicolor. ¿Dónde estaban sus jodidas gafas? Sintió algo en sus labios. El beso de una medicina amarga, y después algo de agua. Una voz lejana le dijo: Bebe, Ramón… Te sentirás mejor. Tragó porque quería creer en la voz. Pero el dolor era tan intenso que desconectó su espíritu. Y volvió la nada…


En lo alto de El Faro, en un fantástico espacio donde se podía ver gran parte del maravilloso territorio que les rodeaba, Jose seguía atento a las extrañas imágenes que iban apareciendo en el ordenador. Imágenes de amigos, compañeros o simplemente viajeros del avión accidentado. Imágenes de todos ellos durmiendo plácidamente. Se repetían secuencialmente. Y cuando alguno de sus amigos, compañeros o viajeros del avión moría en la isla, automáticamente aparecía su rostro en la nueva secuencia de imágenes. Era un aterrador y cruel inventario del dolor que sufrían en cada pérdida. Al lado de Jose, en una improvisada y rústica cama, Ferran descansaba tranquilamente, esperando la próxima guardia. Ellos eran los encargados de garantizar la salud de sus compañeros heridos o enfermos, mediante el sorprendente video juego que cada doce horas se ponía en funcionamiento. Así le estaban salvando la vida a Ramón… de momento.

Cuando Susu entró a traer el desayuno a sus colegas, Jose le regaló una sonrisa de absoluto cansancio. Ferran roncaba un poquito. Ya llevaban algunas semanas en aquella isla, abandonados a su suerte y el apoyo moral entre ellos era imprescindible. En todo ese tiempo, nadie había escuchado aviones de reconocimiento ni nada parecido. Muchos de los pasajeros habían muerto en el accidente y otros estaban heridos de diversa gravedad. Había costado muchísimo organizarlo todo, enterrar a los muertos, curar a los heridos, conseguir agua potable, alimentos… Fue un milagro encontrar El Faro. La planta baja servía de cobijo para los más enfermos pero además tenía una despensa cojonuda que estaba salvando vidas.

Ramón abrió los ojos y vio un ventanal enorme con vistas al mar. Giró un poco su cabeza hacia la izquierda y pudo constatar que había alguien reposando relativamente cerca de él. Pero aquel tipo, con las gafas de sol puestas y algo parecido a una ramita en la comisura de los labios no parecía grave. Roncaba. Un segundo después descubrió a un hombre que, aún sentado, le parecía del tamaño de un gigante y una mujer de un tamaño más habitual que, con una taza en sus manos, daba pequeños sorbitos a alguna bebida. Ramón trató de recordar quién era. Trató de descubrir entre la bruma de su mente cómo había ido a parar a ese lugar. Quiso descubrir si podía moverse. Y con un gesto bastante rápido, para alguien que había estado en coma durante días, se quedó sentado en su camastro, dando un sobresalto importante a Susu y Jose.

- ¿Dónde coño estoy? – preguntó con el consiguiente ataque de tos que casi le mata.

martes, 24 de agosto de 2010

Capítulo XXII: Soñando despierto…

El negro se fue fundiendo lentamente en blanco. Yo estaba aturdido. Recordaba muy levemente el impacto contra un insecto gigante. Mi cara contra la fría arena de la noche. Y nada más. Miré hacia el techo. Era la cosa más blanca que había visto en toda mi vida. Un hospital. Nos habían rescatado. Joder. Nos habían rescatado y estábamos en un hospital. La emoción a punto estuvo de robarme una lágrima pero antes me apresuré a ver quién coño estaba a mi alrededor. Traté de levantarme, de incorporarme, pero estaba sujeto por las muñecas a la cama. ¿Es que tengo cara de autolesionarme?

Giré la cabeza a mi derecha y pude ver a Hugo. Estaba dormido, cubierto hasta el pecho por una sábana tan blanca como el techo. No parecía malherido ni tenía conectado suero o cualquier otro aparato que pudiera indicar algo jodido. Respiraba plácidamente. Giré la cabeza al otro lado y pude ver a Juan. También estaba dormido y tapado por una sábana blanca. Pero… ¿Qué coño hacía Juan allí? Mierda, mierda, mierda… ¡Eso era imposible! Habíamos encontrado a Juan muerto y con su cabeza hicimos… Mierda, mierda, mierda… No podía ser. ¿Qué demonios estaba pasando?

Vale. Traté de ordenar mis recuerdos. Fuimos a la jodida convención. Y de regreso tuvimos el accidente. La isla. La fotocopiadora. La cabeza de Juan. La fiesta de cumpleaños. Núria. Un dinosaurio. Mis hermanos. Mis colegas. La luz del faro. La puta abeja gigante o lo que demonios fuera. Y ahora el hospital. Y Juan con la cabeza pegada al cuerpo. ¿Había sido todo un sueño? ¿Estaba soñando ahora? La cabeza empezó a dolerme un poco. Miré de nuevo a Juan. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Él también estaba mirándome fijamente.

- Hola – dije esperando que volviera a dormirse.
- Hola – contestó secamente.
- Lo siento, tío… Pensábamos que estabas muerto porque tenías la cabeza separada del cuerpo y… Joder, tío. Lo siento mucho. Estabas hecho un puzzle – traté de justificarme patéticamente.
- ¿Qué has estado bebiendo en mi ausencia? Estás fatal. Lo sabes ¿no? – contestó él con su habitual parsimonia.
- ¿No te acuerdas de nada? – pregunté esperanzado.
- Recuerdo que estábamos en el avión, de regreso a Barcelona. Recuerdo una luz blanca. Gritos. Un golpe seco. Oscuridad. Y tu cara mirándome con ojos de búho. Ha sido un despertar duro, sinceramente.
- Fuimos a parar a una playa, tío. El avión quedó hecho pedazos. Te encontramos en mal estado. De hecho, estabas decapitado… - dije tratando de no emocionarme demasiado.
- Y un gran equipo de cirujanos me ha pegado la cabeza estupendamente. Soy afortunado de poder mantener una magnífica conversación con un chalado como tú. ¿Puedes ver desde allí cuantos puntos me han puesto? – preguntó con algo de cinismo hiriente.
- No tienes puntos, Juan. Tu jodido cuello está intacto – respondí.
- Lástima. Las cicatrices siempre han tenido mucho éxito entre las chicas guapas – aventuró él meditando en voz alta.

La cabeza me estaba doliendo exponencialmente por segundos. Tuve que cerrar los ojos. El dolor se agudizaba tanto que no pude seguir escuchando lo que Juan me estaba contando. Me decía algo sobre un pase VIP de Bikini justo antes de oír claramente la voz angelical:

- Duerme, David. Debes descansar…

domingo, 22 de agosto de 2010

Capítulo XXI: Sonidos de cacahuete misteriosos…

Esther escuchó un ruido. Un ruido de esos que no te deja dormir. Era como si algo o alguien estuviera masticando cacahuetes a su lado. Demasiado cerca de su oreja como para soñar con los angelitos. Descartó a Ariadna de inmediato porque sabía que era alérgica a los frutos secos. ¿O era su hermano el alérgico? ¿Por qué una espesa nube se había instaurado en sus pensamientos? ¿Por qué todo parecía tan irreal?

Abrió los ojos y no vio absolutamente nada. Nada. Ni posible roedor, ni inexplicable monstruo, ni amigos, ni campamento… nada. Estaba echada en el suelo de una playa solitaria junto a un mar demasiado sereno. Se incorporó asustada y observó lo más rápido que pudo todo su alrededor. Su mente trabajaba lo más deprisa que podía, tratando de buscar una respuesta a una pregunta no formulada correctamente. No hacía frío. No soplaba el viento. No había olas. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Como si estuviera encerrada en un abandonado rincón del universo. Era escalofriante.

El leve sonido que de repente escuchó, la puso en alerta roja. A unos 50 metros pudo ver la fotocopiadora que habían encontrado y una silueta irreconocible, a esa distancia, andaba pegada al artilugio. Se acercó lentamente porque había visto muchas películas de terror y sabía que correr nunca era una opción.

- ¿Ariadna? ¿Eres tú? – preguntó con un hilo de voz a la silueta.
- Sí – respondió una voz familiar sin apenas girarse.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está todo el mundo? – inquirió de nuevo Esther.
- ¿Tengo cara de llevar las cuentas en esta jodida isla? – replicó Ariadna más arisca de lo común.
- ¿Ariadna? ¿Seguro que eres tú? – repitió una vez más Esther.
- No. Soy el espíritu de las Navidades Futuras que ha venido a fotocopiar a su puta madre – respondió Ariadna con la voz entre algo tomada y diabólica.

Fue entonces, a escasos 6 metros, cuando Esther supo que algo andaba mal. El sentido del humor de Ariadna nunca había sido tan sofisticado y además, su amiga, no había dicho nunca jamás tantos tacos seguidos en un intervalo de tiempo tan pequeño.

- Ariadna, gírate inmediatamente. Quiero verte la cara – ordenó acojonada.
- Creo que no es una buena idea – respondió su amiga.
- ¿Por qué salen tantas hojas de la fotocopiadora? ¿Dónde están todos? ¡Maldita seas! ¡Te he dicho que te gires! – gritó dejando a un lado la cordura.
- En eso, ves, ya estamos de acuerdo… estoy maldita – dijo girándose de repente y mostrando las caras fotocopiadas de su hermano David y de Hugo, descansando en paz. El rostro de Ariadna era diabólico, sus ojos rojos como antorchas, su sonrisa podía congelar whisky…
- Si te acercas un paso más te lleno la cara de arena, hija de puta del Infierno – dijo Esther mientras se agachaba temerosa de su suerte.

Ariadna, en un flop, se transformó en un enorme puma que voló literalmente sobre la yugular de Esther, mientras ésta regalaba a la noche uno de los gritos de terror más impresionantes de la historia de la humanidad.

- ¡Aaaaaaahhh! – gritó Esther incorporándose.
- Joder, Esther… casi me matas del susto – dijo Ariadna temblando.
- Pero ¿qué pasa? – preguntó Núria en estado catatónico.
- Acabo de tener una pesadilla horrorosa. Horrorosa – dijo Esther con un hilo de voz.
- ¿Y era absolutamente necesario compartirla con todos? – sonrió Ariadna, acariciándole la cabeza.

Antes de que Esther pudiera contar a sus amigas el contenido de su pesadilla, el sonido de la fotocopiadora se escuchó alto y claro. Era evidente que algo o alguien estaba haciéndola funcionar de nuevo…

lunes, 16 de agosto de 2010

Capítulo XX: Cielos e infiernos…

Ramón regresaba lentamente a la realidad que llevaba rodeándolo desde hacía 36 años, poco más o menos. Una realidad donde las cosas se podían tocar, oler, degustar, oír. Tardó un par de minutos en darse cuenta que estaba sobre una cama y otros dos en sentir que no podía mover manos ni pies. Trató de incorporar la cabeza con relativo éxito. Todo a su alrededor era de un blanco inmaculado. Y no estaba solo. En los escasos dos segundos que pudo sostener la cabeza, más o menos erguida, pudo comprobar que en el lugar dónde se hallaba había por lo menos media docena de camas, todas ellas ocupadas por gente que parecía dormir.

Trató de levantar de nuevo la cabeza que parecía pesarle un centenar de kilos. No le dolía. Simplemente simulaba estar llena de perdigones de plomo. Esta vez pudo sostenerla hasta cuatro segundos, tiempo suficiente como para darse cuenta que la habitación era circular y que las camas estaban ubicadas impecablemente, como múltiples manecillas de un reloj extraño. Las 12, las 2, las 4, las 6, las 8 y las 10, con los pies de todos en el centro, un centro de unos 12 metros cuadrados, aproximadamente. El escogió ser las 6 porque es un número que siempre le había gustado.

- Debes seguir durmiendo – le dijo la voz de alguien que podía ser un ángel. Y Ramón obedeció.

Isra miraba incrédulo a Marta, Damià y Rubén. Sus amigos, después del gratificante baño en el lago, habían recuperado el cuerpo que tenían a los 10 años de edad, y no estaban precisamente de buen humor. La ropa les venía entre grande y muy grande, y habían perdido la fuerza y musculatura necesaria para volver a la playa sin tener que dormir varias noches en la selva. La situación no era precisamente óptima aunque de peores berenjenales habían salido. Y al menos, Marta parecía haber recuperado las constantes vitales propias de un humano.

- Nos volvemos a la playa – ordenó Damià con su voz de niño.
- Primero debemos encontrar algo por aquí con qué atarte los pantalones, chaval – repuso Isra.
- Me los sujeto con la mano derecha hasta que encontremos una liana o algo parecido – contestó Damià que no pensaba en otra cosa que en volver al campamento y ver la cara de sus hermanos.
- Deberíamos llevarnos algo de esa agua en las cantimploras, chicos. Puede ayudar a los enfermos – dijo Rubén.
- Yo paso de volver a meterme. No quiero que me tengáis que llevar en brazos – respondió Marta.
- ¿Otra vez? – bromeó Isra que ya la había llevado durante parte del trayecto de ida como si fuera un fardo.
- Idiota – sentenció ella, sonriendo.

Isra sabía que era él el único que estaba en condiciones de entrar en el lago sin temor de necesitar pañales al salir. Fue cogiendo una a una todas las cantimploras que habían llevado durante el viaje, 6 en total, y se acercó al lago lentamente. Era sencillamente maravilloso. Entró apenas un par de metros y se sintió mejor que nunca. Sabía que debía llenar las cantimploras muy deprisa, y así lo hizo. Cuando terminó con la última, no pudo evitar echar un trago. Era el agua más rica y más fresca que había tomado en toda su vida. Salió del lago con 5 años menos, sonriendo mucho. Se sentía fuerte. Más fuerte que nunca.

- Nos volvemos para la playa, señores. Señalizaremos el camino porque aquí tenemos que volver – dijo eufórico.
- Yo me he dejado las miguitas de pan en casa, gigantón – contestó Rubén con sarcasmo.
- Lo haremos con un rotulador de punta gorda que siempre llevo cuando voy al bosque – respondió el único adulto del grupo.

Fue entonces cuando un gigantesco tentáculo emergió brutalmente de entre las aguas y agarró a Isra por una de sus piernas y lo arrastró hacia el lago…

sábado, 31 de julio de 2010

Capítulo XIX: Agua bendita...

Isra pensó que jamás había visto un paraje tan maravilloso como ése en toda su vida. Lamentó no tener la cámara de fotografiar. Y no poder compartir ese momento con Meri, que se había quedado en el improvisado campamento por culpa de su desgraciada lesión. Volvió a clavar su mirada en el lago y se sintió feliz. Porque lo más importante de todo era que habían encontrado un lugar con agua dulce, tan grande como paradisíaco.

Damià y sus pensamientos seguían la misma dirección de raciocinio que Isra, pero además tenía muchas ganas de bañarse en esa fantástica réplica del lago azul. Tal vez fue por eso que, cuando Rubén gritó “¡Ornitorrinco el último!”, sus cansadas piernas hicieron un esfuerzo final. En la treintena de metros que les quedaba hasta el agua, en una frenética carrera, pudieron quitarse ropa, caerse, levantarse, empujarse y acabar completamente en pelotas bajo el agua. Damià no recordaba haberse sentido tan bien en toda su vida. Rubén trataba de quitarse una jodida tela de araña de los tobillos que le había hecho caer en dos ocasiones.

Marta miraba aquél espectáculo algo perpleja, sin saber muy bien qué hacer. Le apetecía un baño pero estaba valorando si tanto. Se fue acercando lentamente hasta la orilla y, tras quitarse las zapatillas deportivas, remojó sus cansados pies en aquél agua celestial. Isra también se había acercado al borde del lago y miraba divertido el improvisado recital de “calvos” que estaban ofreciendo sus dos colegas en el agua. No los había visto tan felices nunca, claro que tan solo se conocían desde hacía algunos días. Pero era bonito ver cómo jugaban y gritaban en el agua como niños…

- Ya sois algo mayorcitos para hacer el idiota de esta manera – increpó Marta al par de hombres rana.

- Y tú eres más sosa que la Carbonero, nena – dijo Rubén con un timbre de voz parecido al de Marco cuando buscaba a su madre por los Andes.

Marta, Isra y Damià le miraron fijamente y quedaron petrificados al ver que Rubén parecía haber rejuvenecido 25 años en tan solo unos minutos. Rubén miró a Damià y se quedó perplejo al ver a su colega en una situación similar.

- ¡Dios mío! Ahora sois dos niños de verdad – gritó Marta algo asustada.

- Y tú te has quedado sin tetas – respondió Damià señalándola y con la misma voz que el amigo de la abeja Maya.

- ¡Mierda! Salgan del agua inmediatamente o voy a tener que darles biberón todo el camino de vuelta. ¡Salgan de una puta vez! – gritó Isra.

Marta, Damià y Rubén salieron con la vitalidad propia de los niños de 10 años, que es, más o menos, en lo que se habían convertido. Damià y Rubén trataron de vestirse con unas ropas que ahora les venían enormes. Estaban totalmente aturdidos por lo que había sucedido y por el nuevo tamaño de su pene. Marta no daba crédito a su nuevo estado. Su cerebro adulto tampoco estaba encajando nada bien ese nuevo cuerpecito de niña.

- Ahora parezco el de poli de guardería – dijo Isra tratando de poner una nota de sentido del humor desde las alturas.

- Pareces King Kong, mamón – le respondió Rubén con su nueva y ridícula voz, mientras trataba de sujetarse los pantalones.

- No me lo puedo creer – puntualizó Damià mientras Marta se sentaba en el suelo...

martes, 27 de julio de 2010

Capítulo XVIII: Zumbidos y aguijones...

Su estaba pensando en lo torpe que había sido el Tiranosaurio Rex cuando escuchó voces susurrantes que se acercaban. Una ola de arena, causada por los andares noctámbulos del jodido grupo, acabó en toda su cara, pero aguantó estoicamente sin mentar los muertos de nadie. Abrió el ojo con menos arena y pudo ver la silueta de Hugo, la de David y la de una chica a la que no supo reconocer. ¿Dónde van éstos a estas horas de la noche?, se preguntó.

La curiosidad mató al gato pero a Su nunca le habían gustado las sardinas. Se levantó cuidadosamente y pisó la tibia de Pau que descansaba plácidamente.

- Ahhh, tarjetaaaaaa rojaaaah arbitrooodelooscojoneees, haaa shidoooo tarjetaaa coomoounaaolaaaaaa – comentó Pau, no sin parte de razón.
- Perdona, Pau, ha sido sin querer – dijo Su.
- Pueees que sheeea sooolo amarillaaaa – puntualizó piadosamente Pau, antes de darse la vuelta y seguir durmiendo.

Su cogió un pack de seis cervezas fresquitas para el camino y se puso a seguir al grupo a una distancia de 20 metros, aproximadamente. Cuando llevaban media hora andando y ya estaban algo alejados del campamento, un extraño e inquietante ruido empezó a zumbar sobre sus cabezas.

- ¿Qué coño es ese ruido? – preguntó David inquieto.
- Ni idea. Pero seamos optimistas y descartemos al Tiranosaurio – aportó Hugo para calmar a su cuñado.
- Parece un mosquito gigante, ¿no? – dijo Joana.
- Joana, por favor, deja el tema de la investigación sonora para los verdaderos expertos, ¿vale? – contestó David algo impertinente y justo antes de que el mosquito gigante le golpeara brutalmente.

La situación se puso algo tensa. La luz de la Luna dejó ver la silueta de un mosquito de al menos tres metros de longitud. El afilado aguijón que tenía parecía un arpón ballenero, que hubiera acojonado al mismísimo Moby Dick. David había salido lanzado a varios metros de distancia y yacía un poco más inconsciente que de costumbre. El mosquito había hecho varias piruetas después del impacto y, como nadie le había aplaudido, iniciaba un segundo ataque. Esta vez la presa era Hugo. Sin embargo, todo indicaba que no iba a tener tanta suerte como su colega, porque el mosquito gigante estaba preparando su terrible aguijón y no llevaban Aután.

Hay momentos en la vida dónde quedarse quieto no es una opción. Su cogió dos latas de cerveza y, agitándolas con bastante violencia, empezó a correr como una posesa:

- ¡Boooonsaaaaiiii! – gritó Su que era más de plantas que de japoneses.

Arrancó las anillas con los dientes en plena carrera mientras Hugo esperaba una muerte tan segura como dolorosa y Joana seguía petrificada de terror. Los dos chorros de cerveza impactaron en el abdomen del mosquito gigante, que cambió su rumbo, más por el susto que por la potencia del chorro, y se estrelló mortalmente contra la única roca que había por allí.

Hugo estaba perplejo. La intervención de Su había sido casi divina. Estaban salvados… una vez más.

viernes, 23 de julio de 2010

Capítulo XVII: Una luz en la oscuridad...

Joana no podía dormir. El incidente del Tiranosaurio la había alterado mucho. Una vuelta a la derecha. Giro a la izquierda. Costado derecho. Nada. Alguien, pocos minutos después del extraño incidente con el depredador jurásico, le había aconsejado chupar corteza de eucalipto. Hijo de puta, pensó. Sólo había conseguido que, con tanto chupeteo, la lengua se le acartonara, perdiera sensibilidad y que le costara pronunciar palabras esdrújulas. Joana no podía dormir y estaba jodida.

Miró la luna que iluminaba gran parte del cielo de la noche. Un cielo con muchas estrellas, a pesar de la supremacía del satélite de la Tierra. Qué bonita eres, le dijo en una voz bajita pero perceptible. De repente, una lucecita se encendió a lo lejos, al otro extremo de la playa. Joana se sentó sobre la arena y fijó su vista sobre aquella novedad lumínica. La luz era pequeña pero claramente visible y daba la sensación que estaba parpadeando, como tratando de enviar un mensaje a algo o alguien.

Joana sabía que no eran horas de molestar a nadie pero pensó que tal vez la luz podía desaparecer en cualquier momento y se aventuró a despertar a Hugo, que había mostrado en repetidas ocasiones su excelente sentido del humor.

- Hugo. Soy Joana. Despierta por favor – le dijo susurrándole en el oído.
- Ummmnalibraaadeclavossssyunfoooormónnnnn – respondió Hugo totalmente dormido.
- He visto una luz. Al otro extremo de la playa. Despierta – insistió sacudiéndolo un poco.
- ¿Eh? - dijo Hugo saliendo de la fase rem.
- He visto una luz. Misteriosa. Está justo al otro lado. Creo que deberías ir a investigar de qué se trata – le invitó Joana sonriente.
- Y yo creo que te has pasado chupando el corcho ese toda la tarde – dijo Hugo tratando de incorporarse. ¿De qué coño me estás hablando?
- De eso – señaló Joana.

Hugo se incorporó totalmente y pudo ver con claridad una pequeña luz que parpadeaba. Podría tratarse de la luz de un faro, pensó. Agarró a David por un brazo y lo incorporó de un tirón.

- Mira, tío. Una luz – díjole a su colega, que seguía en estado de coma a pesar de su posición vertical.
- ¿Eh? - dijo David tratando de abrir un ojo.
- Una puta luz, “brother”. Allí hay alguien. Y vamos a ir a averiguar quién cojones es – afirmó Hugo con una rotundidad entre pétrea y férrea.
- No llevo las gafas. ¿Dónde coño están mis gafas? - protestó, David.
- Bueno, yo ya os dejo que tenéis trabajo – dijo Joana con otra sonrisa.
- Ni hablar, monada. Tú te vienes con nosotros que por algo has visto la luz primero. Lo siento. La ley de la botella es sagrada – ordenó Hugo sin piedad.

David encontró sus gafas entre la arena y al ponérselas, la mancha gris se transformó en un mundo de formas definidas. Pudo ver, por primera vez, la luz de marras. Y pensó que Hugo tenía razón. Aquello parecía un jodido faro. Pequeño. Lejano. Pero faro. Avisaron cariñosamente al resto del grupo de su salida nocturna en busca de suicidas aventuras y se pusieron en marcha hacia la luz que seguía girando misteriosamente en la noche...

lunes, 28 de junio de 2010

Capítulo XVI: ¿Quién ha invitado al Tiranosaurio Rex?

Cuando quedarse quieto no es una opción para poder sobrevivir, el concepto “pisar la cabeza” pierde casi todas sus connotaciones negativas. Lo más curioso del caso era que, aunque todo el mundo corría de un lado para otro como gallinas decapitadas, fueron muchos los que acabaron pisando a Ariadna. De hecho, Esther lo hizo, de forma fortuita, hasta en tres ocasiones. Pero al intentarlo por cuarta vez, Ariadna le lanzó un puñado de arena en la cara, gritando al unísono “Ha sido el viento, ha sido el viento”...

El Tiranosaurio Rex no parecía tener demasiado hambre porque a los 60 segundos de su sorprendente aparición todo el mundo seguía con vida. Había más peligro de muerte por colisión que por cualquier otra cosa relacionada con el aparato digestivo del enorme saurio. Probablemente, fue Àlex el primero en darse cuenta de la pasividad del bicho en cuestión y quizá por eso se acercó con temeridad suicida a gritarle en repetidas ocasiones “Hangauachita, hangaua”. El resto, extenuado de correr o trepar a árboles y rocas, inició un periodo de reflexión ante lo que estaban viendo sus ojos.

El Rex podía haber aplastado a Àlex con la misma facilidad que un humano aplasta un escarabajo pelotero. Pero por alguna extraña razón, no lo hizo. De alguna manera estaba respetando la vida del chalado que le gritaba graciosamente. Cuando el Tiranosaurio se aburrió de todo el alboroto creado, lanzó un alarido impresionante y dió media vuelta, dándo un tremendo golpe de cola a Àlex y el grupo de acólitos suicidas que se habían envalentonado por culpa de los mojitos. Aunque ninguno resultó herido de gravedad, el susto fue de órdago. De hecho, Paco, estuvo varios días yendo al baño sólo si alguien le daba la mano.

El Tiranosaurio Rex desapareció entre la espesura de la selva sin que nadie le siguiera y hubo algún iluminado que aventuró la posibilidad que el enorme saurio fuera en realidad un amante de la buena música. Carles se sintió muy halagado. Desde ese instante se decidió no organizar ni un concierto más al aire libre...

La expedición formada por Dàmia, Isra, Rubén y Marta andaba desde hacía horas ajena a los acontecimientos de la playa. Llevaban un par de horas dando vueltas por la maldita jungla, tratando de localizar el riachuelo que les parecía escuchar, sin éxito. Les llamó la atención que algunos de los insectos del lugar fueran más grandes que los pájaros. Tras una parada para recuperar fuerzas, Marta empezó a recuperarse milagrosamente.

Rubén dijo que podía ser por los frutos del bosque con que la había estado alimentando durante el viaje. Damià afirmó que el aire puro de la selva también ayudaba a oxigenar la sangre. Isra estuvo muy callado, ajeno a la interesante conversación y Marta jamás contó a nadie que el Gigante de la playa la había amenazado con lanzarla al primer acantilado que encontraran si no andaba de una puta vez.

Cuando Damià estaba a punto de abortar misión, cansado de buscar dónde demonios estaba el escurridizo río, Isra gritó desde sus alturas: ¡Agua a la vista!

miércoles, 23 de junio de 2010

Capítulo XV: La fiesta de cumpleaños perfecta...

Empezaba a anochecer y se palpaba la tensión en el campamento Iron. Esther trataba de calmarse escarbando un túnel en la arena, justo por debajo de donde Ariadna seguía consumando su enorme siesta. Fue en ese preciso momento cuando Damià apareció con su heroico grupo para notificar a su hermana pequeña y a Núria el plan establecido, y su decisión inapelable de ir en busca de agua potable. Esther estaba hecha una furia pero nada pudo hacer para impedir que el chalado de su hermano se fuera sin felicitarle el cumpleaños. Al contrario, haciendo un esfuerzo maxilar inhumano, estuvo sonriendo mientras le deseaba toda la suerte del mundo.

Al poco rato, Hugo y David aparecían pletóricos y sonrientes con una grotesca y gigantesca tarta de madera. Habían conseguido por el camino el apoyo moral y muscular de unos colegas de David. Reencontrados con la habitual alegría de estos momentos emotivos, Raúl y Paco, se ofrecieron voluntarios para un proyecto que les parecía sencillamente absurdo. Pero para eso están los amigos, dijo Raúl antes de caer exhausto sobre la arena junto con Paco y el pesado presente.

Esther abría unos ojos como platos ante semejante espectáculo. Núria no daba crédito a lo que estaba viendo. Hugo fue incapaz de valorar si todo aquél fluir de sensaciones extrañas era bueno o malo. Fue entonces cuando David empezó a silbar las primeras notas del Stand by me, mientras daba palmas intentando llevar el ritmo, sin que pareciera que estaba siendo atacado por un enjambre de mosquitos tigre.

Hugo reacció rápidamente y sacó a bailar a Esther junto a la gigantesca tarta de madera, que presidía el acontecimiento y emitía unos extraños ruidos desde el interior. La gente cercana al campamento se iba acercando al jolgorio improvisado por el hombre orquesta, uniéndose con tímidas palmas al ritmo de la canción. Carles, que también se había acercado por allí, puso unas notas de cordura y armonía musical con su guitarra. Y fue entonces cuando la magia empezó a invadir el espacio y el tiempo...

La tapa de la tarta saltó violentamente por los aires, yendo a parar a escasos centímetros de la cabeza de Ariadna que empezaba a salir de su particular hibernación. El túnel excavado por Esther no pudo resistir el peso de Ariadna y el brutal impacto de la tapa y ambos, tapa y Ariadna, se hundieron sobre el túnel, desapareciendo aparentemente de la playa.

Àlex, aunque algo congestionado por el principio de asfixia, hizo una aparición espectacular al ritmo de la música. Iba vestido con tan solo una hoja de parra, lo cual provocó la creación espontánea de su club de fans. Cuando Joana, Imma y Silvia llegaron con los mojitos, una sensación de irrealidad absoluta invadió la playa. Carles estaba improvisando un emotivo Las chicas son guerreras. David estaba lila Nutopia tratando de seguir el ritmo silbando. Varias chicas bailaban semidesnudas alrededor del nuevo Adán del lugar...

Siempre hay un cortarrollos en todas las grandes fiestas. En este caso fue un Tiranosaurio Rex...

martes, 22 de junio de 2010

Capítulo XIV: Sentimientos a flor de piel...

Encontrarnos con Àlex en la playa fue hermoso, a pesar de que Hugo ni le conocía. Estaba vivo. E hiperactivo. Àlex estaba haciéndose una barca con troncos y juncos, a la que sólo podías subirte si habías bebido lo suficiente como para enfrentarte a una muerte segura. Nos contó que no estaba terminada, lo cual tranquilizó un poco a Hugo. Incluso se aventuró a decirnos que tardaría un par de meses en acabarla completamente y que luego buscaría su propia tripulación para surcar los mares y largarse de la isla. Menudo pirata, pensé. Aprovechando la coyuntura de la conversación, le propuse construir una enorme tarta de cumpleaños de madera con espacio suficiente para un ser humano. De hecho le supliqué que, una vez construida, se metiera en la tarta. Es una sorpresa, le dije sonriente. La propuesta dejó un tanto perplejo a Àlex y Hugo aprovechó para ir a buscar las maderas…

Esther lanzaba conchas contra la superficie del mar, tratando que rebotaran varias veces como sucede en las películas de dibujos animados. De vez en cuando, y con un poco de suerte, las conchas rebotaban una vez antes de hundirse bajo la superficie marina. Eso, generaba en Esther energías negativas de difícil disipación en cortos espacios de tiempo. Pero pronto encontró una fórmula relativamente inocua de enfocar toda esa energía oscura, efectuando unos esporádicos lanzamientos contra Ariadna. Afortunadamente, Ariadna dormía la siesta y cada vez que una concha la alcanzaba en una zona no mortal, remugaba con su dulce voz un inocente “putas moscas”.

Damià y Rubén empezaron a fraternizar con la idea de ir en busca de un lago de agua potable. Bueno, quién dice un lago, dice un río, un riachuelo o unas cataratas. Lo realmente importante del tema era la salubridad del agua. Pero necesitaban ayuda y de la buena si querían meterse en la selva, así que fueron en busca del gigante de la playa: Isra. Éste dijo que sí sin pensarlo dos veces, a pesar de las reivindicaciones salariales de Kevin. Isra estaba harto de mover arena de un lado para otro. Para completar el intrépido grupo de búsqueda, Rubén propuso a la chica que agonizaba: Marta. Su plan no era malo del todo. Si durante la travesía aparecía algún animal salvaje de grandes dimensiones, dejarían a Marta de cebo para ganar tiempo y salir corriendo. Total, le quedan dos telediarios, afirmaba con rotundidad. Damià e Isra valoraron la propuesta y tras unos segundos de densa meditación estuvieron de acuerdo en la excelencia del plan. Cuando la fueron a buscar, estaba dormida y fue Isra quién se la cargó al hombro como si de una alforja se tratase…

Núria había salido a dar una vuelta. No podía quitarse de la cabeza las fotocopias de sus amigos, aquellos que habían muerto en accidente. Afortunadamente, al pasar junto al chiringuito de Antonia, sus pensamientos se disiparon y pudo saludar a algunos colegas que pasaban por allí. Fumó un cigarrillo que le ofrecieron y siguió su peregrinaje incierto por la playa. No tenía ni idea de dónde habían ido Hugo y David, ni tampoco del paradero de Damià que llevaba horas desaparecido. Se descubrió tatareando la tonadilla de una conocida canción. Fue entonces cuando se dio cuenta que había alguien tocando. La música la llevó hasta Carles, que estaba realizando su primer concierto homenaje a las víctimas del accidente. Una emotiva versión melódica del Highway to hell que la hizo llorar desconsoladamente…

lunes, 21 de junio de 2010

Capítulo XIII: Quién no tiene memoria tiene muslacos...

Luisa le estaba dando a Rodolfo unas cucharadas de sopa, con mucho cariño. Sopa de hierbas que ella misma había ido a buscar y posteriormente había preparado con esmero y con Silvia. La mirada triste y cándida de Rodolfo la empezaba a cautivar… poco a poco. Estaban siendo unos días muy duros, faltos de cariño y todos se mostraban ligeramente alterados en alguna o varias ocasiones. Cuando Rodolfo terminó de tomarse la sopa, Luisa le secó con ternura los labios y le prometió que muy pronto lo desataría del árbol…

Damià saltó por encima de la cabeza del koala mientras lanzaba una tela de araña al cocotero más cercano. El koala gigante se apresuró a mostrarse reacio a jugar. Agarró una lata de Espárragos Cojonudos y la arrojó brutalmente contra la cara de Damià, que la capturó sin demasiados problemas, algo que le hizo sonreír. Tenía poderes. Vaya que si los tenía.

Cuando estaba a punto de lanzarse definitivamente contra el Koala, apareció un tipo llamado Rubén en escena, escuchando música con su mp3, un tanto ajeno al peligro. El koala decidió que el humano evadido de la terrible realidad podía ser una cena menos cansina de pillar y se arrojó sobre el pobre desdichado que todavía no era consciente del peligro y que sentía una bonita pasión por los animales. Damià lanzó otra tela de araña que impactó en la boca del koala gigante, justo antes de que éste le arrancara un brazo a Rubén. De un doble salto mortal con pirueta, muy aplaudido por el joven del mp3, Damià se interpuso entre el simpático suicida y el enorme marsupial, que decidió que había llegado el momento de desaparecer en la selva.

- Joder, tío… ¡eres Peter Parker! – dijo Rubén fascinado.
- Pero tú puedes llamarme Damià, colega – respondió con benevolencia ofreciéndole la mano.

Ariadna había confesado al grupo su edad verdadera y Esther estuvo a punto de atragantarse de la risa. Aquello era significativo e insignificante a la vez. Otro ataque de risa histérico sin venir a cuento. Esther, o tramaba algo, o estaba interiorizando mal alguna cosa que no era buena. Hugo se dio un terrible golpe en la frente para soltar entre dientes un trágico “joder”. Me hizo una señal doble con la ceja izquierda, inequívoca, y quedamos dos minutos más tarde bajo el ala izquierda del avión, dónde Marta agonizaba.

- ¡Hoy es el cumpleaños de Esther! – dijo en plena crisis de ansiedad y sacudiéndome como a un Cacaolat.
- Tienes razón… ¿cómo he podido olvidarme de ello? Hoy es el segundo día del solsticio de verano – dije científicamente mientras recogía mis gafas del suelo.
- ¿Qué comes para ser tan idiota? – me preguntó Hugo mostrándose una vez más algo inquieto por mi dieta.

Teníamos un problema. Un jodido problema. Debíamos encontrar algo que le hiciera pensar a Esther que habíamos recordado su cumpleaños desde el mismo momento en que nos habíamos despertado. Estuve tentado de proponer a Hugo otra visita a Antonia pero mi hermana se merecía algo mejor. Mucho mejor. Teníamos que encontrar al detallista del grupo así que nos fuimos a buscar a Damià que andaba desaparecido desde hacía horas.

viernes, 18 de junio de 2010

Capítulo XII: El misterioso caso de la tarta y otros destinos inciertos...

Rosa abrió los ojos muy lentamente. La luz era pura, dañina. Todo su alrededor estaba absolutamente blanco. Sospesó la posibilidad de estar muerta o, lo que era aún peor, en alguna sala del Santiago Bernabeu. Se sentía tan cansada como relajada. Su cabeza, hecha un completo lío, reposaba cómodamente en algo mullido. Probablemente estaba en alguna cama, pero cuando trató de averiguarlo intentando levantar la cabeza, una mano se depositó suavemente en su frente, mientras una voz angelical le ordenaba descansar...

Damià había salido en busca de algo éticamente comestible. Su sensibilidad personal se oponía a seguir desayunando las ya famosas “Happy Hamburguer” de Antonia. Para conseguir el ramo de flores amistoso, ofrecido a Ariadna el día de su cumpleaños, había estado investigando en una franja de unos 50 x 5 metros de selva. No era mucho a nivel de exploración terrestre salvo que fueras una zarigüeya. Tampoco tenía datos como para cartografiar el terreno con precisión. Pero le había parecido ver algunas moras. Además de los cocoteros, por supuesto. Pero sus frutos estaba muy altos y ya había tenido una mala experiencia con un árbol.

Por el camino saludó a Vero que estaba tomando el Sol desnuda. Unos, muertos quemados vivos, y otros, vivos tratando de quemarse al Sol, pensó. Toda una paradoja que le tuvo reflexionando hasta que se metió en la zona donde podían estar los frutos silvestres. El susurro que oyó a continuación, una especie de molesto zumbido dentro de la cabeza, hizo que se tumbara en el suelo a una velocidad felina. Acto seguido, una caja de madera de enormes dimensiones le pasó por encima, estrellándose contra un enorme cocotero. Cayeron hasta 6 cocos cerca de su cara. Todo un botín, pensó. Pero cuando se incorporó y acercó a la caja no podía dar crédito a lo que vio. Aquello hubiera enloquecido a cualquier reponedor del Capabro. Comida. Bebida. Desodorante. La felicidad completa no existe. Porque al otro lado del cocotero, un koala del tamaño de Bud Spencer le miraba desafiante con ojos asesinos...

Marta bebió un sorbo del agua que le ofrecía Núria, también conocida como Xpoc por sus orígenes extraterrestres. Las graves heridas que se había hecho Marta en el accidente la tenían postrada, con mucha fiebre y malestar general. Núria no era enfermera profesional pero, como madre de tres hijos, estaba preparada hasta para pilotar el avión, si alguien tenía cojones de montarlo de nuevo. Había intentado desesperadamente que Marta tomara unos antibióticos pero ésta se negaba una y otra vez porque no tenía la receta del médico. Maldita deformación profesional, pensaba Marta cada vez que tosía un poco más de sangre...

Hugo y David se miraban en silencio mientras hacían un castillo en la arena. La torre de Hugo era más alta pero menos estable.

- Aquí pasa algo muy raro, Hugo – dijo David en un alarde de reflexión.

Ninguno de los dos tenía una explicación para milagrosa y oportuna transformación en pastel de la cabeza de su gran amigo Juan. Hugo, en el momento de los hechos, se había dejado la parte de la nata porque le sabía a seso. David le había encontrado al pastel de chocolate un extraño regusto a colonia de hombre. Ariadna y Esther lo habían encontrado buenísimo e incluso repitieron varias veces. Damià y Núria conocían demasiado bien a David como para saber que, ese pastel que había traído, era más sospechoso que un concejal de urbanismo. Cuando Núria encontró un pelo en su ración dejó el resto cuidadosamente sobre la cara de David. Damià escupió algo parecido a una muela, pero no quiso comprobarlo empíricamente para no tener tentaciones de emular a Caín...

miércoles, 16 de junio de 2010

Capítulo XI: Sorpresa tras sorpresa...

Cuando Esther nos dijo por lo bajini que Ariadna cumplía 38 años, cada uno de nosotros pensó en algo diferente y especial. Damià, por ejemplo, un tipo detallista donde los haya, enseguida ideó ir a buscar unas flores al bosque, aunque luego recordó que era una selva un tanto peligrosa y que tampoco eran tan amigos. Núria, tuvo la genial idea de largarse pitando a buscar conchas de mar para hacerle un bonito collar, como el de la famosa sirenita. Hugo tuvo la excelente ocurrencia de ir a buscarle una tarta con 38 velas que soplar. Yo pensé que mi hermana mentía como una bellaca con la edad de su amiga, pero me solidaricé con Hugo para buscar una tarta. Las misiones imposibles me molan porque si no las consigues tampoco pasa nada. “Coño, era imposible” diríamos al cabo de unas horas buscando una jodida tarta de cumpleaños en aquella isla.

Para poder tener libertad de acción, le encargamos a Ariadna que pusiera en marcha un huerto donde plantar tomates, lechugas y salchichón ibérico, mientras nosotros íbamos a buscar las correspondientes semillas. Le pareció perfecto y pudimos dividirnos en tres grupos: Esther y Núria fueron a buscar distintos caparazones de moluscos para hacerle un collar y dos pulseras. Esther insistía en los pendientes pero finalmente lo descartaron para no poner en peligro la vida de la homenajeada. Damià formaba el grupo más unitario y finalmente se armó de valor y de una estaca afilada, para ir a buscar un bonito ramo de flores a la selva. Hugo y yo teníamos un auténtico reto personal: la tarta.

Como la tarta es algo que se come, fuimos a ver a Antonia. Esta nos dijo que todavía no tocaba el tema de la repostería pero que podía ofrecernos la cabeza de Juan y que le podíamos poner una cobertura de arena para quitarle violencia visual al asunto. Por no dañar sensibilidades y esas cosas. Hugo y yo nos miramos incrédulos ante lo que teníamos delante de nuestros ojos y le exigimos con vehemencia a Antonia una bandeja donde depositar la cabeza de nuestro amigo. Casualmente, tampoco le quedaban bandejas pero nos ofreció un trozo del fuselaje del avión que tenía una forma muy chula, y la camisa roja favorita de Juan para poder tapar “la tarta” y evitar algún que otro gritito delatador.

Nos acercamos a la orilla y Hugo preparó una fantástica cobertura de arena. Fuimos recubriendo con mucho cariño la cabeza, que habíamos puesto de lado para un mejor reposo. Creo que si hubiera estado vivo no lo hubiéramos tratado con tanto cuidado. Juan, algunas veces, incita a la violencia. Finalmente, y con unas bonitas conchas de mar, hicimos un 36 casi perfecto. Hugo y yo sabíamos que Esther mentía, así que nos arriesgamos y le quitamos un par de años. Conseguimos un par de cerillas y regresamos al campamento base.

Damià, que nos miraba con una sonrisa de oreja a oreja, había conseguido un ramo de flores impresionante. Esther y Núria habían confeccionado una colección de joyas marinas alucinantes. Todo un éxito. Ariadna estaba loca de contenta incluso antes de vernos llegar. Diría que incluso antes del accidente. Miré a Hugo preguntándole con la mente si era ético seguir adelante con lo de la tarta metafórica. Hugo estornudó y pensé que aquello era una señal, así que levanté la camisa roja. El rostro de Ariadna se iluminó al ver una deliciosa tarta de chocolate y nata. Con 34 velas. Hugo y yo casi nos cagamos… de miedo, por supuesto.

sábado, 12 de junio de 2010

Capítulo X: La mañana también puede ser misteriosa...

Luisa abrió los ojos y su mirada se clavó en el mar. Un mar en calma que parecía irreal. Las olas acariciaban la orilla como si de un perro fiel se tratara. No quería, ni por un momento, pensar que aquello era el paraíso. O el mismísimo infierno. Se incorporó y pudo ver cómo la playa estaba cobrando vida por momentos. Era difícil de explicar esa metáfora de la vida. Los improvisados campamentos bostezaban cansados, estiraban sus brazos al cielo, resurgían de la dura y accidentada noche. Era casi poético.

- Lo bien que me iría ahora mismo un par de brazos para cocinarme unos huevos con panceta – dijo Rodolfo amargamente.

Luisa no recordaba en qué momento exacto Rodolfo se había unido al improvisado campamento. Campamento que, por cierto, compartía con una paisana, Silvia, y con otra chica de Barcelona que se llamaba Rosa. Rodolfo les dio un poco de pena cuando apareció, arrastrándose por la arena como el gusano de los marines yanquis y suplicando auxilio entre susurros y escupitajos de arena.

Una vez más calmado, les explicó que había escapado de las terribles garras de un tipo llamado Carles, un desalmado que lo quería vender como hamburguesas a una mujer llamada Antonia, más conocida como la Cocinera del Inframundo.

Por supuesto, no creyeron ni una palabra de semejante historia pero le dejaron quedarse porque, en cierto modo, se parecía a Gusiluz. Rodolfo era un tipo entrañable, aunque tuviera la forma de una plancha de surf. Luisa no sabía justificarse desde el buen corazón pero casi se alegraba de que el tipo no tuviera brazos porque eso implicaba no tener manos. Y eso, por algún motivo oculto, era bueno. Rodolfo tenía una mirada entre picarona y pervertida. También roncaba mucho.

- ¿Habrá que comer algo, no? – insistió Rodolfo.
- ¿Por qué no tratas de pescar algo? – contestó Luisa con una sonrisa.

Rosa se había levantado diez minutos antes. Tenía ganas de pasear, a pesar del dolor en el tobillo derecho. Miraba de vez en cuando su móvil, por si recuperaba cobertura o recibía algún SMS… o ambas cosas. Era impresionante ver los grandes pedazos del avión esparcidos por la inmensa playa. A un lado el mar. Al otro esa selva que se antojaba peligrosa. Y Mónica, a escasos 50 metros, junto a la selva, bailando La Macarena. La visión de su amiga hubiera sido motivo de alegría en infinitos momentos de su vida. Sin embargo esta vez, Rosa, sintió un escalofrío recorrer toda su columna vertebral.

- Mònica se quedará con las niñas. Ella pasa de Facebook – había dicho Damià cientos de veces.

Y Mònica se quedó en Barcelona. Y Mònica no vino a la convención. Mònica jamás subió al avión. Así que Rosa tenía motivos suficientes como para no correr de alegría hacia donde su amiga seguía bailando con ritmo frenético la obra maestra de Los del Río. Rosa sintió un extraño mareo, el dolor en el tobillo se hizo más intenso y finalmente se desvaneció sobre la arena de la playa…

jueves, 10 de junio de 2010

Capítulo 9: Sombras y hombres sin sombra...

Angustiado por la locución de semejante rugido tragué saliva y se me fue por el otro lado. Hugo estuvo dándome fuertes palmadas en la espalda mientras me ponía morado de tanto toser. Kevin intentó hacerme el boca a boca hasta que le prometí que lo mataría lentamente. Si todo aquello no había dado pistas al presunto monstruo de nuestra ubicación exacta, era porque aquél ser debía carecer de apéndices auditivos. Una vez restablecida la calma relativa en el grupo de intrépidos suicidas, Damià nos mostró orgulloso que había conseguido una improvisada antorcha que podía iluminar nuestro camino hacia una muerte segura. Isra se ofreció voluntario para sostenerla pero le negamos el privilegio porque no queríamos iluminar toda la isla. Se lo tomó bastante bien y sólo derribó tres palmeras a cabezazos. Kevin husmeó el suelo como un indio Apache. Yo trataba desesperadamente de ver si algo gigantesco se movía hacia nosotros con intenciones culinarias.

- Huelo a Oso Polar blanco, mamífero carnívoro de cuatro patas impropio de este territorio - afirmó Kevin, ahora con un aparente acento Sioux.
- Kevin, levántate o me veré obligado a patearte el culo – respondió educadamente Hugo.

Esperamos de pie, antorcha en mano, a que hubiera alguna señal que nos mostrara en qué dirección debíamos escapar. Nada. Sólo el rumor de la selva, el relajante sonido del mar y algunos insensatos ronquiditos desde la playa. Al cabo de cinco minutos decidimos por unanimidad irnos a dormir. Nuestro campamento estaba relativamente lejos de aquella zona y pensé que mucha hambre tenía que tener el bicho para llegar hasta nosotros. De camino podía comerse 20 o 30 raciones de humanos. Evidentemente, algunos eran buenos amigos pero la supervivencia es lo que tiene. Mucho sufrimiento personal.

Fuimos tranquilizando a todo el mundo con absurdas mentiras hasta llegar a nuestro aposentos, donde Esther ya dormía, y seguimos mintiendo como bellacos hasta dormir sin remordimientos. Fue una noche extraña en muchos sentidos, así que agradecí el calor de los primeros rayos del Sol en mi rostro, señal inequívoca que la tienda de campaña estaba diseñada con el culo. Bueno pensé, al menos es un culo bonito. Me fui en silencio hacia el mar para lavarme la cara y los dientes. El agua estaba transparente y fría de cojones.

- Buenos días, socio – me sorprendió Hugo.
- Hola, Hugo – respondí escupiendo un poco de agua salada – ¿Has dormido bien?
- Pues no mucho, chaval... he tenido un sueño muy real y eminentemente extraño – contestó apesadumbrado.
- Cuenta, cuenta... soy sensible a los sueños en general – dije amistosamente.
- He soñado que estaba en una camilla. Tal vez era un hospital. Y que la novia de ET me hacía una pajilla – explicó algo reflexivo.
- ¿Y te ha gustado? - pregunté tratando de aportar algo.
- Pero... ¿tú has visto ET, imbécil? Ha sido escalofriante.
- Eh... claro, claro... en qué estaría yo pensando... - traté de disculparme.
- Me decía que estuviera tranquilo, que sólo lo necesitaba para hacer unas pruebas – añadió meditabundo, Hugo.
- Y habrá sido con la mano y con guantes esterilizados, ¿no?
- Basta. No me jodas con idioteces. Esto es un secreto, ¿vale? - propuso amenazadoramente.
- Soy una tumba – sentencié.

martes, 8 de junio de 2010

Capítulo 8: La noche encierra peligros...

Nos fuimos apelotonando en la improvisada tienda de campaña que habían organizado Ariadna, Esther y Núria con unas telas y cuatro cañas. Probablemente, en el programa Supervivientes las hubieran expulsado por semejante atrocidad. Pero la bondad de los hombres no conoce fronteras cuando se trata de dormir acurrucado a mujeres semidesnudas, así que perdonamos aquél acto de vandalismo arquitectónico.

Debo confesar que me costó conciliar el sueño. Echaba de menos a un tío como Toni, una persona tan tierna que me hubiera ido de perlas como almohada. Pero no era el momento adecuado para salir y reclamar su cadáver porque Antonia siempre ha sido muy de Santa Rita. Empecé a contar ovejas pero cuando llevaba quinientas, una se rompió el fémur saltando la jodida verja y los gritos que lanzaba eran espeluznantes. Intenté entonces contar tomates verdes fritos y la cosa funcionó mejor. Al llegar a dos mil setecientos trece mi cerebro era ya un montón de ketchup adormecido.

Un alarido demencial hizo que todos diéramos el mayor respingo humano jamás mesurado por un sismógrafo. Damià me devolvió amablemente el corazón que me había salido por la boca. Tenía varias uñas clavadas en mi espalda y hombros. Los dientes de alguien castañeaban a ritmo de hip-hop. Estábamos aún aterrados cuando un segundo grito destruyó totalmente la paz mundial.

- ¡Suputamadre! - exclamó Hugo.
- No parece que eso sea la reencarnación de nuestra planta, vida – le corrigió puntillosa, Esther.
- ¿Qué demonios ha sido eso? - preguntó Núria asustada.
- Parece como si una vaca y un tiranosaurio tuvieran sexo, ¿eh? - apuntó Hugo para tranquilizarnos un poco.
- Sea lo que sea, espero que no tenga mucha hambre – aportó Damià con humor.
- ¡Cázalo! ¡Cázalo, Hugo! ¡Hazlo por mí! - ordenó Esther bordeando la locura.
- Venga. Qué cojones... Hugo, Damià... vayamos a ver que sucede – dije en un acto entre marine machote y gilipollas suicida. Vosotras quedaros y arreglad está pesadilla de campamento – concluí en una frase que me hubiera costado una lapidación de haber tenido a la Liga Feminista más cerca.
- Para que esto quede bien nos irían bien unas vigas maestras – reclamó Ariadna para sorpresa de todos.
- Perfecto. Tengo un plan. Primero averiguamos quién demonios está siendo sodomizado por King Kong y, si lo que descubrimos no nos come antes, os traemos unas palmeras y montamos una réplica de La Pedrera – sentenció Hugo.

Salimos con la cabeza bien alta hacia nuestro inesperado y probablemente doloroso destino. Hubiera matado por la banda sonora de Matrix. Los demás improvisados campamentos también estaban en alerta. Una veintena de hogueras daban fe que el hombre puede dominar el fuego si se tiene un Zippo con suficiente gas. Paseando por entre la gente, pude ver miedo en los ojos de Keli, a la que saludé con un gesto casi militar para introducirme en mi papel; sueño en los ojos de Joana, que me mostró su anillo de la suerte ya encontrado; o arena en los de Vero, por culpa del andar patoso de nuestro intrépido grupo. Vero nos regaló algunas muecas graciosas y varios insultos amistosos. Llegamos hasta la zona liderada por Isra y Kevin, que se habían armado unas espátulas. Traté de dibujar en la arena un plan de reconocimiento de la zona, pero un tercer rugido, está vez muy cercano, hizo que se me rompiera la rama...