lunes, 28 de junio de 2010

Capítulo XVI: ¿Quién ha invitado al Tiranosaurio Rex?

Cuando quedarse quieto no es una opción para poder sobrevivir, el concepto “pisar la cabeza” pierde casi todas sus connotaciones negativas. Lo más curioso del caso era que, aunque todo el mundo corría de un lado para otro como gallinas decapitadas, fueron muchos los que acabaron pisando a Ariadna. De hecho, Esther lo hizo, de forma fortuita, hasta en tres ocasiones. Pero al intentarlo por cuarta vez, Ariadna le lanzó un puñado de arena en la cara, gritando al unísono “Ha sido el viento, ha sido el viento”...

El Tiranosaurio Rex no parecía tener demasiado hambre porque a los 60 segundos de su sorprendente aparición todo el mundo seguía con vida. Había más peligro de muerte por colisión que por cualquier otra cosa relacionada con el aparato digestivo del enorme saurio. Probablemente, fue Àlex el primero en darse cuenta de la pasividad del bicho en cuestión y quizá por eso se acercó con temeridad suicida a gritarle en repetidas ocasiones “Hangauachita, hangaua”. El resto, extenuado de correr o trepar a árboles y rocas, inició un periodo de reflexión ante lo que estaban viendo sus ojos.

El Rex podía haber aplastado a Àlex con la misma facilidad que un humano aplasta un escarabajo pelotero. Pero por alguna extraña razón, no lo hizo. De alguna manera estaba respetando la vida del chalado que le gritaba graciosamente. Cuando el Tiranosaurio se aburrió de todo el alboroto creado, lanzó un alarido impresionante y dió media vuelta, dándo un tremendo golpe de cola a Àlex y el grupo de acólitos suicidas que se habían envalentonado por culpa de los mojitos. Aunque ninguno resultó herido de gravedad, el susto fue de órdago. De hecho, Paco, estuvo varios días yendo al baño sólo si alguien le daba la mano.

El Tiranosaurio Rex desapareció entre la espesura de la selva sin que nadie le siguiera y hubo algún iluminado que aventuró la posibilidad que el enorme saurio fuera en realidad un amante de la buena música. Carles se sintió muy halagado. Desde ese instante se decidió no organizar ni un concierto más al aire libre...

La expedición formada por Dàmia, Isra, Rubén y Marta andaba desde hacía horas ajena a los acontecimientos de la playa. Llevaban un par de horas dando vueltas por la maldita jungla, tratando de localizar el riachuelo que les parecía escuchar, sin éxito. Les llamó la atención que algunos de los insectos del lugar fueran más grandes que los pájaros. Tras una parada para recuperar fuerzas, Marta empezó a recuperarse milagrosamente.

Rubén dijo que podía ser por los frutos del bosque con que la había estado alimentando durante el viaje. Damià afirmó que el aire puro de la selva también ayudaba a oxigenar la sangre. Isra estuvo muy callado, ajeno a la interesante conversación y Marta jamás contó a nadie que el Gigante de la playa la había amenazado con lanzarla al primer acantilado que encontraran si no andaba de una puta vez.

Cuando Damià estaba a punto de abortar misión, cansado de buscar dónde demonios estaba el escurridizo río, Isra gritó desde sus alturas: ¡Agua a la vista!

miércoles, 23 de junio de 2010

Capítulo XV: La fiesta de cumpleaños perfecta...

Empezaba a anochecer y se palpaba la tensión en el campamento Iron. Esther trataba de calmarse escarbando un túnel en la arena, justo por debajo de donde Ariadna seguía consumando su enorme siesta. Fue en ese preciso momento cuando Damià apareció con su heroico grupo para notificar a su hermana pequeña y a Núria el plan establecido, y su decisión inapelable de ir en busca de agua potable. Esther estaba hecha una furia pero nada pudo hacer para impedir que el chalado de su hermano se fuera sin felicitarle el cumpleaños. Al contrario, haciendo un esfuerzo maxilar inhumano, estuvo sonriendo mientras le deseaba toda la suerte del mundo.

Al poco rato, Hugo y David aparecían pletóricos y sonrientes con una grotesca y gigantesca tarta de madera. Habían conseguido por el camino el apoyo moral y muscular de unos colegas de David. Reencontrados con la habitual alegría de estos momentos emotivos, Raúl y Paco, se ofrecieron voluntarios para un proyecto que les parecía sencillamente absurdo. Pero para eso están los amigos, dijo Raúl antes de caer exhausto sobre la arena junto con Paco y el pesado presente.

Esther abría unos ojos como platos ante semejante espectáculo. Núria no daba crédito a lo que estaba viendo. Hugo fue incapaz de valorar si todo aquél fluir de sensaciones extrañas era bueno o malo. Fue entonces cuando David empezó a silbar las primeras notas del Stand by me, mientras daba palmas intentando llevar el ritmo, sin que pareciera que estaba siendo atacado por un enjambre de mosquitos tigre.

Hugo reacció rápidamente y sacó a bailar a Esther junto a la gigantesca tarta de madera, que presidía el acontecimiento y emitía unos extraños ruidos desde el interior. La gente cercana al campamento se iba acercando al jolgorio improvisado por el hombre orquesta, uniéndose con tímidas palmas al ritmo de la canción. Carles, que también se había acercado por allí, puso unas notas de cordura y armonía musical con su guitarra. Y fue entonces cuando la magia empezó a invadir el espacio y el tiempo...

La tapa de la tarta saltó violentamente por los aires, yendo a parar a escasos centímetros de la cabeza de Ariadna que empezaba a salir de su particular hibernación. El túnel excavado por Esther no pudo resistir el peso de Ariadna y el brutal impacto de la tapa y ambos, tapa y Ariadna, se hundieron sobre el túnel, desapareciendo aparentemente de la playa.

Àlex, aunque algo congestionado por el principio de asfixia, hizo una aparición espectacular al ritmo de la música. Iba vestido con tan solo una hoja de parra, lo cual provocó la creación espontánea de su club de fans. Cuando Joana, Imma y Silvia llegaron con los mojitos, una sensación de irrealidad absoluta invadió la playa. Carles estaba improvisando un emotivo Las chicas son guerreras. David estaba lila Nutopia tratando de seguir el ritmo silbando. Varias chicas bailaban semidesnudas alrededor del nuevo Adán del lugar...

Siempre hay un cortarrollos en todas las grandes fiestas. En este caso fue un Tiranosaurio Rex...

martes, 22 de junio de 2010

Capítulo XIV: Sentimientos a flor de piel...

Encontrarnos con Àlex en la playa fue hermoso, a pesar de que Hugo ni le conocía. Estaba vivo. E hiperactivo. Àlex estaba haciéndose una barca con troncos y juncos, a la que sólo podías subirte si habías bebido lo suficiente como para enfrentarte a una muerte segura. Nos contó que no estaba terminada, lo cual tranquilizó un poco a Hugo. Incluso se aventuró a decirnos que tardaría un par de meses en acabarla completamente y que luego buscaría su propia tripulación para surcar los mares y largarse de la isla. Menudo pirata, pensé. Aprovechando la coyuntura de la conversación, le propuse construir una enorme tarta de cumpleaños de madera con espacio suficiente para un ser humano. De hecho le supliqué que, una vez construida, se metiera en la tarta. Es una sorpresa, le dije sonriente. La propuesta dejó un tanto perplejo a Àlex y Hugo aprovechó para ir a buscar las maderas…

Esther lanzaba conchas contra la superficie del mar, tratando que rebotaran varias veces como sucede en las películas de dibujos animados. De vez en cuando, y con un poco de suerte, las conchas rebotaban una vez antes de hundirse bajo la superficie marina. Eso, generaba en Esther energías negativas de difícil disipación en cortos espacios de tiempo. Pero pronto encontró una fórmula relativamente inocua de enfocar toda esa energía oscura, efectuando unos esporádicos lanzamientos contra Ariadna. Afortunadamente, Ariadna dormía la siesta y cada vez que una concha la alcanzaba en una zona no mortal, remugaba con su dulce voz un inocente “putas moscas”.

Damià y Rubén empezaron a fraternizar con la idea de ir en busca de un lago de agua potable. Bueno, quién dice un lago, dice un río, un riachuelo o unas cataratas. Lo realmente importante del tema era la salubridad del agua. Pero necesitaban ayuda y de la buena si querían meterse en la selva, así que fueron en busca del gigante de la playa: Isra. Éste dijo que sí sin pensarlo dos veces, a pesar de las reivindicaciones salariales de Kevin. Isra estaba harto de mover arena de un lado para otro. Para completar el intrépido grupo de búsqueda, Rubén propuso a la chica que agonizaba: Marta. Su plan no era malo del todo. Si durante la travesía aparecía algún animal salvaje de grandes dimensiones, dejarían a Marta de cebo para ganar tiempo y salir corriendo. Total, le quedan dos telediarios, afirmaba con rotundidad. Damià e Isra valoraron la propuesta y tras unos segundos de densa meditación estuvieron de acuerdo en la excelencia del plan. Cuando la fueron a buscar, estaba dormida y fue Isra quién se la cargó al hombro como si de una alforja se tratase…

Núria había salido a dar una vuelta. No podía quitarse de la cabeza las fotocopias de sus amigos, aquellos que habían muerto en accidente. Afortunadamente, al pasar junto al chiringuito de Antonia, sus pensamientos se disiparon y pudo saludar a algunos colegas que pasaban por allí. Fumó un cigarrillo que le ofrecieron y siguió su peregrinaje incierto por la playa. No tenía ni idea de dónde habían ido Hugo y David, ni tampoco del paradero de Damià que llevaba horas desaparecido. Se descubrió tatareando la tonadilla de una conocida canción. Fue entonces cuando se dio cuenta que había alguien tocando. La música la llevó hasta Carles, que estaba realizando su primer concierto homenaje a las víctimas del accidente. Una emotiva versión melódica del Highway to hell que la hizo llorar desconsoladamente…

lunes, 21 de junio de 2010

Capítulo XIII: Quién no tiene memoria tiene muslacos...

Luisa le estaba dando a Rodolfo unas cucharadas de sopa, con mucho cariño. Sopa de hierbas que ella misma había ido a buscar y posteriormente había preparado con esmero y con Silvia. La mirada triste y cándida de Rodolfo la empezaba a cautivar… poco a poco. Estaban siendo unos días muy duros, faltos de cariño y todos se mostraban ligeramente alterados en alguna o varias ocasiones. Cuando Rodolfo terminó de tomarse la sopa, Luisa le secó con ternura los labios y le prometió que muy pronto lo desataría del árbol…

Damià saltó por encima de la cabeza del koala mientras lanzaba una tela de araña al cocotero más cercano. El koala gigante se apresuró a mostrarse reacio a jugar. Agarró una lata de Espárragos Cojonudos y la arrojó brutalmente contra la cara de Damià, que la capturó sin demasiados problemas, algo que le hizo sonreír. Tenía poderes. Vaya que si los tenía.

Cuando estaba a punto de lanzarse definitivamente contra el Koala, apareció un tipo llamado Rubén en escena, escuchando música con su mp3, un tanto ajeno al peligro. El koala decidió que el humano evadido de la terrible realidad podía ser una cena menos cansina de pillar y se arrojó sobre el pobre desdichado que todavía no era consciente del peligro y que sentía una bonita pasión por los animales. Damià lanzó otra tela de araña que impactó en la boca del koala gigante, justo antes de que éste le arrancara un brazo a Rubén. De un doble salto mortal con pirueta, muy aplaudido por el joven del mp3, Damià se interpuso entre el simpático suicida y el enorme marsupial, que decidió que había llegado el momento de desaparecer en la selva.

- Joder, tío… ¡eres Peter Parker! – dijo Rubén fascinado.
- Pero tú puedes llamarme Damià, colega – respondió con benevolencia ofreciéndole la mano.

Ariadna había confesado al grupo su edad verdadera y Esther estuvo a punto de atragantarse de la risa. Aquello era significativo e insignificante a la vez. Otro ataque de risa histérico sin venir a cuento. Esther, o tramaba algo, o estaba interiorizando mal alguna cosa que no era buena. Hugo se dio un terrible golpe en la frente para soltar entre dientes un trágico “joder”. Me hizo una señal doble con la ceja izquierda, inequívoca, y quedamos dos minutos más tarde bajo el ala izquierda del avión, dónde Marta agonizaba.

- ¡Hoy es el cumpleaños de Esther! – dijo en plena crisis de ansiedad y sacudiéndome como a un Cacaolat.
- Tienes razón… ¿cómo he podido olvidarme de ello? Hoy es el segundo día del solsticio de verano – dije científicamente mientras recogía mis gafas del suelo.
- ¿Qué comes para ser tan idiota? – me preguntó Hugo mostrándose una vez más algo inquieto por mi dieta.

Teníamos un problema. Un jodido problema. Debíamos encontrar algo que le hiciera pensar a Esther que habíamos recordado su cumpleaños desde el mismo momento en que nos habíamos despertado. Estuve tentado de proponer a Hugo otra visita a Antonia pero mi hermana se merecía algo mejor. Mucho mejor. Teníamos que encontrar al detallista del grupo así que nos fuimos a buscar a Damià que andaba desaparecido desde hacía horas.

viernes, 18 de junio de 2010

Capítulo XII: El misterioso caso de la tarta y otros destinos inciertos...

Rosa abrió los ojos muy lentamente. La luz era pura, dañina. Todo su alrededor estaba absolutamente blanco. Sospesó la posibilidad de estar muerta o, lo que era aún peor, en alguna sala del Santiago Bernabeu. Se sentía tan cansada como relajada. Su cabeza, hecha un completo lío, reposaba cómodamente en algo mullido. Probablemente estaba en alguna cama, pero cuando trató de averiguarlo intentando levantar la cabeza, una mano se depositó suavemente en su frente, mientras una voz angelical le ordenaba descansar...

Damià había salido en busca de algo éticamente comestible. Su sensibilidad personal se oponía a seguir desayunando las ya famosas “Happy Hamburguer” de Antonia. Para conseguir el ramo de flores amistoso, ofrecido a Ariadna el día de su cumpleaños, había estado investigando en una franja de unos 50 x 5 metros de selva. No era mucho a nivel de exploración terrestre salvo que fueras una zarigüeya. Tampoco tenía datos como para cartografiar el terreno con precisión. Pero le había parecido ver algunas moras. Además de los cocoteros, por supuesto. Pero sus frutos estaba muy altos y ya había tenido una mala experiencia con un árbol.

Por el camino saludó a Vero que estaba tomando el Sol desnuda. Unos, muertos quemados vivos, y otros, vivos tratando de quemarse al Sol, pensó. Toda una paradoja que le tuvo reflexionando hasta que se metió en la zona donde podían estar los frutos silvestres. El susurro que oyó a continuación, una especie de molesto zumbido dentro de la cabeza, hizo que se tumbara en el suelo a una velocidad felina. Acto seguido, una caja de madera de enormes dimensiones le pasó por encima, estrellándose contra un enorme cocotero. Cayeron hasta 6 cocos cerca de su cara. Todo un botín, pensó. Pero cuando se incorporó y acercó a la caja no podía dar crédito a lo que vio. Aquello hubiera enloquecido a cualquier reponedor del Capabro. Comida. Bebida. Desodorante. La felicidad completa no existe. Porque al otro lado del cocotero, un koala del tamaño de Bud Spencer le miraba desafiante con ojos asesinos...

Marta bebió un sorbo del agua que le ofrecía Núria, también conocida como Xpoc por sus orígenes extraterrestres. Las graves heridas que se había hecho Marta en el accidente la tenían postrada, con mucha fiebre y malestar general. Núria no era enfermera profesional pero, como madre de tres hijos, estaba preparada hasta para pilotar el avión, si alguien tenía cojones de montarlo de nuevo. Había intentado desesperadamente que Marta tomara unos antibióticos pero ésta se negaba una y otra vez porque no tenía la receta del médico. Maldita deformación profesional, pensaba Marta cada vez que tosía un poco más de sangre...

Hugo y David se miraban en silencio mientras hacían un castillo en la arena. La torre de Hugo era más alta pero menos estable.

- Aquí pasa algo muy raro, Hugo – dijo David en un alarde de reflexión.

Ninguno de los dos tenía una explicación para milagrosa y oportuna transformación en pastel de la cabeza de su gran amigo Juan. Hugo, en el momento de los hechos, se había dejado la parte de la nata porque le sabía a seso. David le había encontrado al pastel de chocolate un extraño regusto a colonia de hombre. Ariadna y Esther lo habían encontrado buenísimo e incluso repitieron varias veces. Damià y Núria conocían demasiado bien a David como para saber que, ese pastel que había traído, era más sospechoso que un concejal de urbanismo. Cuando Núria encontró un pelo en su ración dejó el resto cuidadosamente sobre la cara de David. Damià escupió algo parecido a una muela, pero no quiso comprobarlo empíricamente para no tener tentaciones de emular a Caín...

miércoles, 16 de junio de 2010

Capítulo XI: Sorpresa tras sorpresa...

Cuando Esther nos dijo por lo bajini que Ariadna cumplía 38 años, cada uno de nosotros pensó en algo diferente y especial. Damià, por ejemplo, un tipo detallista donde los haya, enseguida ideó ir a buscar unas flores al bosque, aunque luego recordó que era una selva un tanto peligrosa y que tampoco eran tan amigos. Núria, tuvo la genial idea de largarse pitando a buscar conchas de mar para hacerle un bonito collar, como el de la famosa sirenita. Hugo tuvo la excelente ocurrencia de ir a buscarle una tarta con 38 velas que soplar. Yo pensé que mi hermana mentía como una bellaca con la edad de su amiga, pero me solidaricé con Hugo para buscar una tarta. Las misiones imposibles me molan porque si no las consigues tampoco pasa nada. “Coño, era imposible” diríamos al cabo de unas horas buscando una jodida tarta de cumpleaños en aquella isla.

Para poder tener libertad de acción, le encargamos a Ariadna que pusiera en marcha un huerto donde plantar tomates, lechugas y salchichón ibérico, mientras nosotros íbamos a buscar las correspondientes semillas. Le pareció perfecto y pudimos dividirnos en tres grupos: Esther y Núria fueron a buscar distintos caparazones de moluscos para hacerle un collar y dos pulseras. Esther insistía en los pendientes pero finalmente lo descartaron para no poner en peligro la vida de la homenajeada. Damià formaba el grupo más unitario y finalmente se armó de valor y de una estaca afilada, para ir a buscar un bonito ramo de flores a la selva. Hugo y yo teníamos un auténtico reto personal: la tarta.

Como la tarta es algo que se come, fuimos a ver a Antonia. Esta nos dijo que todavía no tocaba el tema de la repostería pero que podía ofrecernos la cabeza de Juan y que le podíamos poner una cobertura de arena para quitarle violencia visual al asunto. Por no dañar sensibilidades y esas cosas. Hugo y yo nos miramos incrédulos ante lo que teníamos delante de nuestros ojos y le exigimos con vehemencia a Antonia una bandeja donde depositar la cabeza de nuestro amigo. Casualmente, tampoco le quedaban bandejas pero nos ofreció un trozo del fuselaje del avión que tenía una forma muy chula, y la camisa roja favorita de Juan para poder tapar “la tarta” y evitar algún que otro gritito delatador.

Nos acercamos a la orilla y Hugo preparó una fantástica cobertura de arena. Fuimos recubriendo con mucho cariño la cabeza, que habíamos puesto de lado para un mejor reposo. Creo que si hubiera estado vivo no lo hubiéramos tratado con tanto cuidado. Juan, algunas veces, incita a la violencia. Finalmente, y con unas bonitas conchas de mar, hicimos un 36 casi perfecto. Hugo y yo sabíamos que Esther mentía, así que nos arriesgamos y le quitamos un par de años. Conseguimos un par de cerillas y regresamos al campamento base.

Damià, que nos miraba con una sonrisa de oreja a oreja, había conseguido un ramo de flores impresionante. Esther y Núria habían confeccionado una colección de joyas marinas alucinantes. Todo un éxito. Ariadna estaba loca de contenta incluso antes de vernos llegar. Diría que incluso antes del accidente. Miré a Hugo preguntándole con la mente si era ético seguir adelante con lo de la tarta metafórica. Hugo estornudó y pensé que aquello era una señal, así que levanté la camisa roja. El rostro de Ariadna se iluminó al ver una deliciosa tarta de chocolate y nata. Con 34 velas. Hugo y yo casi nos cagamos… de miedo, por supuesto.

sábado, 12 de junio de 2010

Capítulo X: La mañana también puede ser misteriosa...

Luisa abrió los ojos y su mirada se clavó en el mar. Un mar en calma que parecía irreal. Las olas acariciaban la orilla como si de un perro fiel se tratara. No quería, ni por un momento, pensar que aquello era el paraíso. O el mismísimo infierno. Se incorporó y pudo ver cómo la playa estaba cobrando vida por momentos. Era difícil de explicar esa metáfora de la vida. Los improvisados campamentos bostezaban cansados, estiraban sus brazos al cielo, resurgían de la dura y accidentada noche. Era casi poético.

- Lo bien que me iría ahora mismo un par de brazos para cocinarme unos huevos con panceta – dijo Rodolfo amargamente.

Luisa no recordaba en qué momento exacto Rodolfo se había unido al improvisado campamento. Campamento que, por cierto, compartía con una paisana, Silvia, y con otra chica de Barcelona que se llamaba Rosa. Rodolfo les dio un poco de pena cuando apareció, arrastrándose por la arena como el gusano de los marines yanquis y suplicando auxilio entre susurros y escupitajos de arena.

Una vez más calmado, les explicó que había escapado de las terribles garras de un tipo llamado Carles, un desalmado que lo quería vender como hamburguesas a una mujer llamada Antonia, más conocida como la Cocinera del Inframundo.

Por supuesto, no creyeron ni una palabra de semejante historia pero le dejaron quedarse porque, en cierto modo, se parecía a Gusiluz. Rodolfo era un tipo entrañable, aunque tuviera la forma de una plancha de surf. Luisa no sabía justificarse desde el buen corazón pero casi se alegraba de que el tipo no tuviera brazos porque eso implicaba no tener manos. Y eso, por algún motivo oculto, era bueno. Rodolfo tenía una mirada entre picarona y pervertida. También roncaba mucho.

- ¿Habrá que comer algo, no? – insistió Rodolfo.
- ¿Por qué no tratas de pescar algo? – contestó Luisa con una sonrisa.

Rosa se había levantado diez minutos antes. Tenía ganas de pasear, a pesar del dolor en el tobillo derecho. Miraba de vez en cuando su móvil, por si recuperaba cobertura o recibía algún SMS… o ambas cosas. Era impresionante ver los grandes pedazos del avión esparcidos por la inmensa playa. A un lado el mar. Al otro esa selva que se antojaba peligrosa. Y Mónica, a escasos 50 metros, junto a la selva, bailando La Macarena. La visión de su amiga hubiera sido motivo de alegría en infinitos momentos de su vida. Sin embargo esta vez, Rosa, sintió un escalofrío recorrer toda su columna vertebral.

- Mònica se quedará con las niñas. Ella pasa de Facebook – había dicho Damià cientos de veces.

Y Mònica se quedó en Barcelona. Y Mònica no vino a la convención. Mònica jamás subió al avión. Así que Rosa tenía motivos suficientes como para no correr de alegría hacia donde su amiga seguía bailando con ritmo frenético la obra maestra de Los del Río. Rosa sintió un extraño mareo, el dolor en el tobillo se hizo más intenso y finalmente se desvaneció sobre la arena de la playa…

jueves, 10 de junio de 2010

Capítulo 9: Sombras y hombres sin sombra...

Angustiado por la locución de semejante rugido tragué saliva y se me fue por el otro lado. Hugo estuvo dándome fuertes palmadas en la espalda mientras me ponía morado de tanto toser. Kevin intentó hacerme el boca a boca hasta que le prometí que lo mataría lentamente. Si todo aquello no había dado pistas al presunto monstruo de nuestra ubicación exacta, era porque aquél ser debía carecer de apéndices auditivos. Una vez restablecida la calma relativa en el grupo de intrépidos suicidas, Damià nos mostró orgulloso que había conseguido una improvisada antorcha que podía iluminar nuestro camino hacia una muerte segura. Isra se ofreció voluntario para sostenerla pero le negamos el privilegio porque no queríamos iluminar toda la isla. Se lo tomó bastante bien y sólo derribó tres palmeras a cabezazos. Kevin husmeó el suelo como un indio Apache. Yo trataba desesperadamente de ver si algo gigantesco se movía hacia nosotros con intenciones culinarias.

- Huelo a Oso Polar blanco, mamífero carnívoro de cuatro patas impropio de este territorio - afirmó Kevin, ahora con un aparente acento Sioux.
- Kevin, levántate o me veré obligado a patearte el culo – respondió educadamente Hugo.

Esperamos de pie, antorcha en mano, a que hubiera alguna señal que nos mostrara en qué dirección debíamos escapar. Nada. Sólo el rumor de la selva, el relajante sonido del mar y algunos insensatos ronquiditos desde la playa. Al cabo de cinco minutos decidimos por unanimidad irnos a dormir. Nuestro campamento estaba relativamente lejos de aquella zona y pensé que mucha hambre tenía que tener el bicho para llegar hasta nosotros. De camino podía comerse 20 o 30 raciones de humanos. Evidentemente, algunos eran buenos amigos pero la supervivencia es lo que tiene. Mucho sufrimiento personal.

Fuimos tranquilizando a todo el mundo con absurdas mentiras hasta llegar a nuestro aposentos, donde Esther ya dormía, y seguimos mintiendo como bellacos hasta dormir sin remordimientos. Fue una noche extraña en muchos sentidos, así que agradecí el calor de los primeros rayos del Sol en mi rostro, señal inequívoca que la tienda de campaña estaba diseñada con el culo. Bueno pensé, al menos es un culo bonito. Me fui en silencio hacia el mar para lavarme la cara y los dientes. El agua estaba transparente y fría de cojones.

- Buenos días, socio – me sorprendió Hugo.
- Hola, Hugo – respondí escupiendo un poco de agua salada – ¿Has dormido bien?
- Pues no mucho, chaval... he tenido un sueño muy real y eminentemente extraño – contestó apesadumbrado.
- Cuenta, cuenta... soy sensible a los sueños en general – dije amistosamente.
- He soñado que estaba en una camilla. Tal vez era un hospital. Y que la novia de ET me hacía una pajilla – explicó algo reflexivo.
- ¿Y te ha gustado? - pregunté tratando de aportar algo.
- Pero... ¿tú has visto ET, imbécil? Ha sido escalofriante.
- Eh... claro, claro... en qué estaría yo pensando... - traté de disculparme.
- Me decía que estuviera tranquilo, que sólo lo necesitaba para hacer unas pruebas – añadió meditabundo, Hugo.
- Y habrá sido con la mano y con guantes esterilizados, ¿no?
- Basta. No me jodas con idioteces. Esto es un secreto, ¿vale? - propuso amenazadoramente.
- Soy una tumba – sentencié.

martes, 8 de junio de 2010

Capítulo 8: La noche encierra peligros...

Nos fuimos apelotonando en la improvisada tienda de campaña que habían organizado Ariadna, Esther y Núria con unas telas y cuatro cañas. Probablemente, en el programa Supervivientes las hubieran expulsado por semejante atrocidad. Pero la bondad de los hombres no conoce fronteras cuando se trata de dormir acurrucado a mujeres semidesnudas, así que perdonamos aquél acto de vandalismo arquitectónico.

Debo confesar que me costó conciliar el sueño. Echaba de menos a un tío como Toni, una persona tan tierna que me hubiera ido de perlas como almohada. Pero no era el momento adecuado para salir y reclamar su cadáver porque Antonia siempre ha sido muy de Santa Rita. Empecé a contar ovejas pero cuando llevaba quinientas, una se rompió el fémur saltando la jodida verja y los gritos que lanzaba eran espeluznantes. Intenté entonces contar tomates verdes fritos y la cosa funcionó mejor. Al llegar a dos mil setecientos trece mi cerebro era ya un montón de ketchup adormecido.

Un alarido demencial hizo que todos diéramos el mayor respingo humano jamás mesurado por un sismógrafo. Damià me devolvió amablemente el corazón que me había salido por la boca. Tenía varias uñas clavadas en mi espalda y hombros. Los dientes de alguien castañeaban a ritmo de hip-hop. Estábamos aún aterrados cuando un segundo grito destruyó totalmente la paz mundial.

- ¡Suputamadre! - exclamó Hugo.
- No parece que eso sea la reencarnación de nuestra planta, vida – le corrigió puntillosa, Esther.
- ¿Qué demonios ha sido eso? - preguntó Núria asustada.
- Parece como si una vaca y un tiranosaurio tuvieran sexo, ¿eh? - apuntó Hugo para tranquilizarnos un poco.
- Sea lo que sea, espero que no tenga mucha hambre – aportó Damià con humor.
- ¡Cázalo! ¡Cázalo, Hugo! ¡Hazlo por mí! - ordenó Esther bordeando la locura.
- Venga. Qué cojones... Hugo, Damià... vayamos a ver que sucede – dije en un acto entre marine machote y gilipollas suicida. Vosotras quedaros y arreglad está pesadilla de campamento – concluí en una frase que me hubiera costado una lapidación de haber tenido a la Liga Feminista más cerca.
- Para que esto quede bien nos irían bien unas vigas maestras – reclamó Ariadna para sorpresa de todos.
- Perfecto. Tengo un plan. Primero averiguamos quién demonios está siendo sodomizado por King Kong y, si lo que descubrimos no nos come antes, os traemos unas palmeras y montamos una réplica de La Pedrera – sentenció Hugo.

Salimos con la cabeza bien alta hacia nuestro inesperado y probablemente doloroso destino. Hubiera matado por la banda sonora de Matrix. Los demás improvisados campamentos también estaban en alerta. Una veintena de hogueras daban fe que el hombre puede dominar el fuego si se tiene un Zippo con suficiente gas. Paseando por entre la gente, pude ver miedo en los ojos de Keli, a la que saludé con un gesto casi militar para introducirme en mi papel; sueño en los ojos de Joana, que me mostró su anillo de la suerte ya encontrado; o arena en los de Vero, por culpa del andar patoso de nuestro intrépido grupo. Vero nos regaló algunas muecas graciosas y varios insultos amistosos. Llegamos hasta la zona liderada por Isra y Kevin, que se habían armado unas espátulas. Traté de dibujar en la arena un plan de reconocimiento de la zona, pero un tercer rugido, está vez muy cercano, hizo que se me rompiera la rama...

domingo, 6 de junio de 2010

Capítulo 7: Terribles descubrimientos dramáticos...

Íbamos de camino hacia “Cachitos”, para encontrarnos con Hugo y Esther, cuando un delicioso olor a barbacoa nos desvió de nuestro rumbo. Fue una enorme alegría encontrar con vida a Antonia, pinzas en mano, fumando y dando vueltas a esos enormes trozos de carne que nadie tuvo cojones de preguntar de dónde habían salido. Pero estaban buenísimos. Lo bonito del hambre es que nos deshumaniza un poco y así somos mejores personas. O animales. O ambas cosas…

Después de darle las gracias por los alimentos, nos despedimos con la promesa de volver al día siguiente y retomamos nuestra ruta nocturna. Unos minutos más tarde, con la Luna iluminando el cielo de la noche, nos encontramos a Hugo y Esther en un estado que… bueno, realmente daba pena verlos. Quemados por el Sol, un poco sedientos y bastante hambrientos, nos esperaban con un inmerecido brillo de alegría en sus ojos. Nadie comentó lo de la bacanal de carne a la brasa porque Antonia dijo que había que racionarla y nos gusta guardar los secretos si con ello no hacemos sufrir más a nuestros seres queridos. A Ariadna se le escapó una risita.

- Oléis a carne a la brasa, cabrones – afirmó Hugo
- ¿Qué quieres, cuñado? Hemos estado rodeados de cadáveres achicharrados todo el día. No querrás que olamos a Channel ¿verdad? – mintió piadosamente, Damià.

Antes de buscar un buen lugar donde dormir, decidimos llevar los restos de “Cachitos” a una carretilla cercana, para trasladarlos hasta donde todavía estaban trabajando Kevin e Isra. Fue entonces cuando descubrimos con amarga tristeza la identidad de nuestro singular “punto de encuentro” gracias a la ropa interior femenina que llevaba puesta: era, sin lugar a dudas, nuestro querido amigo Juan.

No menos triste fue descubrir, unos metros más allá y junto a la caja negra del avión, a nuestro estimado colega Toni. Por la expresión de su cara nadie hubiera diagnosticado que estaba fiambre, al menos en plena noche, pero era difícil sobrevivir todo un día sin la mitad del cuerpo. Hugo, Damià y yo aprovechamos el viaje en carretilla para rezar unas oraciones por ellos.

Dejamos que Esther, Ariadna y Núria prepararan nuestro pequeño campamento, libre ahora de restos mortales lo suficientemente grandes como para reconocerlos como tales, y emprendimos otro breve trayecto hasta la fosa común. Por el camino, Antonia nos hizo una grandísima oferta pero, como no somos unos miserables hijos de puta, finalmente le dejamos la carretilla gratis. Ella, con ese corazón tan grande que tiene que no le cabe en el pecho, nos regaló unos vales para el desayuno.

- La cerveza la traerá Su – pronostiqué arriesgadamente.

De regreso al campamento, comprobamos que ambos, Juan y Toni, aparecían en las fotos en blanco y negro que nos había “entregado” la misteriosa fotocopiadora. En las fotos, además de guapos, parecían realmente felices y angelicalmente dormidos.

sábado, 5 de junio de 2010

Capítulo 6: Todos somos una fotocopia...

El encuentro entre Damià, Núria, Ariadna y yo fue muy emotivo. Tanto, que no estoy preparado para describirlo sin repartir antes dosis de insulina entre los lectores. Sólo diré que hubo una magnífica nube de abrazos y besos, una vorágine de fuertes emociones en un breve espacio de tiempo, y aunque alguien metió mano amistosamente a Ariadna, Damià y yo coincidimos en que probablemente había sido Núria que es la que se mueve más.

Faltaba poco para el anochecer, así que nos dispusimos a forzar el reencuentro con Hugo y Esther. Miré mi móvil por si recuperaba cobertura durante unos breves segundos, pero la fortuna se había agotado salvándome a mí y a mi familia del accidente. Escribí un mensaje a mi cuñado y a mi hermana y traté de enviarlo de todos modos: “¿Dónde estáis?”

La gente en la playa se iba organizando poco a poco. Kevin y Isra, dos fuerzas de la naturaleza, se habían pasado horas cavando una enorme zanja donde se iban depositando los cadáveres. Alguien había lanzado por error a Rodolfo mientras dormía, pero después de algunos gritos histéricos fue rescatado. Meritxell estaba cerca, sentada y con una herida profunda en la pierna derecha que no le impedía sacar algunas fotos de la maravillosa puesta de Sol. También pudimos saludar brevemente a Su (sentada sobre una pequeña nevera portátil), Pau y Aaron, que trataban de encender una hoguera con bastante éxito. Nos invitaron a tomar unas cervezas más tarde.

Empezaba a oscurecer cuando Damià llamó nuestra atención para indicarnos que había una fotocopiadora en la zona limítrofe a la selva. Estaba a unos 40 metros. Era una fotocopiadora profesional bastante fea. Perplejos por el diseño, nos acercamos. La fotocopiadora parecía encendida, toda llena de lucecitas y paneles digitales, pero no parecía tener cables por ningún sitio.

Núria, que había trabajado con una fotocopiadora cuando era joven, se aventuró a pronosticar que tal vez estaba conectada a una red wifi. Reconozco que casi me atraganté de la risa. A Damià le saltaban las lágrimas. Ariadna, más respetuosa, se acercó y señaló la marca del cacharro en cuestión; una especie de octógono sacado del Trivial Pursuit con la palabra IRONIA en el centro. Todos coincidimos en que no habíamos visto el anuncio por la tele, así que se trataba de una marca americana. Lo jodido fue cuando la fotocopiadora empezó a funcionar. Y lo realmente espeluznante fue observar que las hojas que salían a la cubeta eran los rostros de algunos de los pasajeros, concretamente los que sabíamos que estaban muertos. Sin embargo, en las fotocopias, sus rostros aparecían felices y sonrientes, dormidos y relajados. Todas ellas en blanco y negro.

Decir que estábamos en shock, no describe, ni mucho menos, el estado del grupo. La gente sensible, somos así. Yo, por ejemplo, me impresiono cuando veo que le cortan las uñas a mi caniche. Aquello que estábamos presenciando no era extraño. Aquello era irreal. Entonces me hice la pregunta clave a la que sólo algunos superdotados podemos llegar : “¿Estamos muertos?

R2D2, nos salvó del silencio sepulcral y me indicó que había recibido un mensaje en el teléfono móvil. El corazón me iban a 100, algo contraindicado para los cuarentones. Revisé la bandeja de entrada: “Estamos en la playa, idiota”, me respondió Hugo por SMS.

viernes, 4 de junio de 2010

Capítulo 5: Un gamster deportista...

Hugo remojaba sus cansados pies en el océano reflexionando si con sus uñas podría hacerse una cabaña resistente. El jodido océano Atlántico. O el excitante Mar del Caribe. Cuba. Los piratas del Caribe. Y una mierda. Aquello no era Cuba y Hugo lo sabía. Estaban perdidos y no podía quitarse de la mente la voz nasal de la azafata, comunicando que iban a atravesar el Triángulo de las Bermudas. Las vibraciones que le hicieron buscar en su bolsillo el móvil apagado, los gritos de pánico de David, la luz blanca… y la oscuridad negra.

Esther se había quedado dormida, tumbada en la arena, exhausta, agotada por la búsqueda, bajo algo que podía ser una palmera. Hugo no lo sabía con certeza. Las plantas nunca habían sido su fuerte. Una vez había tenido una preciosa planta en su casa. Un espécimen único en el mundo vegetal. Era tan bonita que la llamó “Suputamadre”. Se marchitó enseguida pero nadie pudo demostrar científicamente si fue porque realmente no le gustaba el nombre. “Algunas plantas necesitan agua para vivir, cariño”, le había recordado Esther en alguna ocasión.

Aquello tenía que ser una palmera porque juraría que los frutos que ponían en peligro la integridad física de su pareja eran cocos. Y de entre los cocos, salió algo parecido a una ardillita, pero sin cola. Bajaba torpemente por la palmera, cargando algo entre sus manitas, hasta que quedó ubicada cómodamente junto a Esther. Hugo había oído leyendas sobre roedores asesinos comedores de carne humana, así que se acercó cautelosamente hacia el lugar de los hechos, armado únicamente con su zapato.

La ardilla resultó ser un hámster gordinflón, que trataba de comerse una zanahoria más grande que él. Cuando tuvo a Hugo a escasos dos palmos, le dijo en un correcto cubano:

- Hola. Soy Richi Cominos, Gamster deportista… - Y acto seguido le lanzó la zanahoria contra la nariz. Luego desapareció.
- ¡Suputamadre! – gruñó Hugo, lo justo como para despertar a Esther.
- ¿Ya le estamos poniendo nombre a las plantas, cariño? – preguntó, no sin cierta ironía, Esther.
- El puto Hámster que me ha tirado una zanahoria en la cara y casi me salta un ojo. Hijo de la gran fruta…
- ¿Un hamster, eh? Deberías buscarte una gorra lo antes posible, vida, sólo faltaría que ahora te pusieras enfermo.
- Sí, un hamster… y me ha dicho su nombre… se llama Richi Cominos – afirmó con rotundidad Hugo.
- Ha sido un día muy duro, cariño. Estamos todos un poco confundidos. Cansados. Agotados. Tal vez sea culpa mía, vida. Yo le hablaba a nuestras plantas. Les ponía la tele ¿recuerdas? Yo le hablo a Lulú. Incluso me has visto tratando de razonar con Ariadna. Pero cariño… mi vida… ¡los Hamster NO HABLAN! – gritó Esther.

miércoles, 2 de junio de 2010

Capítulo 4: La verdad está lejos de la mentira...

Según mi teléfono móvil, llevábamos media hora buscando por entre los restos del avión a Núria... o a Damià. Cada segundo era una emoción encontrada. Cada minuto recogíamos algo de dinero, generalmente euros ahora sin dueño o con un dueño al que se podría meter en una botella de Ginebra si tuviéramos una cuchara lo suficientemente pequeña. Cada cinco minutos encontrábamos una oreja. Ariadna creo que jugaba en silencio a encontrar las parejas. De orejas, por supuesto. Yo estaba en fase Diógenes. Tuve entre mis manos una Biblia, una chapa de Watchcelona, una muela del juicio y un bolso de Xpoc. Pensé en hacer un inventario pero Ariadna no tenía bolígrafo.

Me alegró mucho encontrar en buen estado a Carles. Con un elegante sombrero que le protegía del Sol, tocando su guitarra, sobre un enorme saliente rocoso. El tema era una versión country de We are the world y estuve tentado en hacer un Moonwalker pero lo desestimé en el último momento porque ni la arena ni mis caderas parecían dispuestas a colaborar. Carles proporcionaba esperanza a un grupo de tullidos que no podían escapar de su radio de acción, porque los tenía atados a parte del fuselaje del avión. Le di un abrazo sin que soltara la guitarra y mi hebilla quedó enganchada entre las cuerdas. Después de casi dos minutos de algo que sonó muy parecido a Smoke on the water me pude soltar y seguimos nuestro camino.

Ariadna llevaba muy seria desde que la encontramos. Parecía realmente conmocionada por todo lo que nos había sucedido, a pesar de no tener heridas físicas externas. Es cierto que estaba colaborando en la búsqueda, pero su mirada estaba como perdida y ahora, una lágrima atravesaba su rostro. Le pregunté por su estado anímico personal y rompió a llorar desconsoladamente. Al principio no quería contármelo, porque sabía lo mucho que yo quería a mi hermana. Pero finalmente no pudo callarlo ni un segundo “o explotaré como los pechos de la Obregón”, dijo textualmente.

- ¿Sabes por qué me ha ganado Esther en el tres en ralla esta mañana? - preguntó con un temblor en el labio inferior que le daba un cierto aspecto irreal.
- ¿Por qué? - dije tratando de mostrar interés.
- Porque me ha tirado un puñado de arena en los ojos mientras me decía... Ah, yo no he sido, ha sido el viento, ha sido el viento...
- Vaya. Cuanto lo siento. No es propio de ella. Detesta la violencia, como pudiste apreciar antes ¿Por eso tienes ese pequeño derrame en el ojo derecho?
- No. Eso me lo ha hecho con una de las conchas. Ha dicho que se le ha resbalado de las manos. Yo creo que lo ha hecho aposta.
- Imposible. No tiene puntería. Si fuera leñadora, lo único que estaría a salvo en un bosque serían los árboles. Venga. No te lo tomes a mal. Ella en el fondo te aprecia mucho. Ya hemos hecho un poquito de brainstorming, sigamos la búsqueda y luego te prometo que hablaré con ella.

Levanté la vista junto con el resto de la cabeza y vi como, a lo lejos, alguien, probablemente idiota, caía de un enorme árbol. Sin embargo, cuando el cuerpo parecía irremisiblemente condenado a destrozarse contra el suelo, cambió rápidamente de dirección y se estrelló contra el gigantesco árbol. El tipo tenía una cuerda y probablemente trataba de suicidarse. Ariadna estuvo de acuerdo en ir a ver que estaba haciendo semejante majadero.

Cuando estábamos a menos de cincuenta metros algo hizo que se me helara la sangre. Algo demasiado familiar. Había encontrado la mochila de Núria. Me acerqué lentamente, no sin un cierto pánico a pisar alguna o todas las partes en las que pudiera estar dividida mi querida compañera. Afortunadamente no encontramos sus restos pero si los de un dragón de Komodo...

Capítulo 3: El hombre araña...

Damià abrió sus azules ojos redescubriendo el mundo. Un mundo con exceso de luz, pensó. Lo primero que pasó por su cabeza es que estaba muerto. Lo segundo, casi al momento, que para estar muerto le dolían mucho los huevos. Y el tercer pensamiento que recorrió su desorientada mente fue que coño hacia montado en la rama de un árbol gigantesco, a probablemente 12 metros del suelo.

Agitó la cabeza para poner las ideas en su lugar y se le cayeron las gafas. Instintivamente trató de cogerlas cuando ya estaban a tres metros de su alcance. Desequilibrado, físicamente hablando, resbaló y se precipitó al vacío. Lo que sucedió a continuación es difícil describirlo con exactitud. En su viaje irremisiblemente mortal contra el suelo, una tela de araña surgió de su muñeca izquierda, pegándose al tronco del árbol. Por cuestiones físicas que no vienen a cuento, su descenso se vio desacelerado, su movimiento rectilíneo cambio de rumbo, se balanceó brutalmente y su cara se incrustó contra el tronco del árbol. Su nariz empezó a sangrar abundantemente.

Colgado como un jamón de bellota, más aturdido que nunca, miró hacia sus pies, en busca de seguridad personal. Calculó que estaba a escasos dos metros del suelo y, con inmensa alegría por el reencuentro, a la misma distancia de su cuñada Núria. Ésta, con las gafas en la mano, lo observaba con los ojos como platos y una boca terriblemente abierta.

- Esto... ¿Qué te parece si me ayudas a bajar de aquí, cuñada? - le preguntó con una sonrisa complice. Pero ella seguía clavada en el suelo, sin pestañear.
- ¿Qué? ¿No piensas bajarme de esta palmera? Alguien podría comerme pensando que soy un coco – bromeó chisposo.
- Dudo mucho que eso sea una palmera, Dami. - respondió ella con un hilo de voz.
- ¿Por qué no sueltas la tela de araña que te ha salido de la mano? Así a lo mejor llegas al suelo ¿no? - dijo tratando de aportar ideas.
- No se cómo ha salido la jodida tela de araña de mi muñeca. Así que no tengo ni idea de cómo soltarla. - dijo segundos antes que la tela de araña decidiera separarse unilateralmente de su muñeca.

Una caída de dos metros, debido a su estado de salud, podía haberle roto las dos piernas. Sin embargo, al impactar Damià en el suelo, sus extremidades inferiores funcionaron como perfectos y engrasados muelles y el doble salto mortal posterior por encima de Núria estuvo a punto de arrancarle la cabeza. A ambos. Tras un “No hagas preguntas que no puedo responder, cuñada”, los dos iniciaron la búsqueda de sus seres queridos, que podían estar en cualquier lugar a lo largo de la extensa playa que tenían a sus pies, entre los restos del avión siniestrado.

La arena de la playa presentaba el aspecto de un bonito fondo de escritorio al que les han desordenado todos los iconos. De hecho, algunos de los iconos además de desordenados estaban pixelados, con un pixel por aquí o otro por allí.

Damià echó mano a su bolsillo y se alegró de tener todavía el telèfono móvil en él. Ni corto ni perezoso, llamó a su mujer, implorando a los dioses un poco de cobertura. Después de tres tonos, la voz de Mónica sonó muy lejana y con algunas interferencias. Aún así, Damià trató de explicar la situación sin demasiado éxito. Mònica, ante la falta de cobertura y ese silencio incómodo que se produce al no poder hablar con tu interlocutor, inició un pequeño monólogo: “¿Ya habéis llegado? Apenas te oigo, no debes tener cobertura. Yo ahora estoy en clase de baile, cariño. Luego nos vemos en casa. No te oigo nada, ¿eh? Besos”...

- Nada. - dijo Damià. - No se ha enterado de nada. No podía escucharme. Sigamos buscando...

Capítulo 2: Encuentros amistosos...

Ariadna, Esther y yo recogimos del suelo a Rodolfo que, sin sus brazos, parecía una tabla de planchar de segunda mano. Afortunadamente, las heridas habían cauterizado y ya no se desangraba, tal vez por eso nos pidió que recogiéramos sus extremidades superiores, por si más adelante pasábamos hambre. Le tomé prestado el reloj por un tema de funcionalidad y comenzamos la búsqueda de Hugo, Damià y Núria más unidos que nunca (a excepción, claro está, de Rodolfo, que vino con nosotros en tres partes).

Esther encabezaba nuestro grupo porque había perdido las lentillas. Trataba de disimular la angustia interior con una sonrisa pero estaba claro que la posible pérdida de Hugo la atormentaba. Encontrarlo a pedazos, más. Nuestro calvario moral duró poco. Hasta que lo vimos debajo del ala del avión. Se nos heló la sangre porque la imagen era escalofriante, ahí tumbado, aparentemente sin conocimiento o tal vez… muerto.

Jamás pensé que mi hermana, con la edad que tiene, pudiera correr tanto y tan deprisa. El torrente de lágrimas de sus ojos provocaba aquaplaning y Ariadna a punto estuvo de romperse el fémur en dos ocasiones. Rodolfo había quedado tan rezagado que no volvimos a verle, exceptuando sus dos brazos que llevaba en mi mochila.

Una vez llegados a escasos metros de Hugo, éste salió tan pancho de debajo del ala del avión dónde se protegía del radiante sol para contarnos que estaba echando una siesta. Esther dudó, durante unos segundos, entre besarle los labios o arrancarle la cabeza. Pero la violencia física no entra dentro de los parámetros vitales de mi hermana así que me ordenó que le pegara una patada en los huevos…

Una vez juntos Ariadna, Hugo, Esther y yo, decidimos separarnos para encontrar a Damià y Núria. Hugo aprovechó la coyuntura para señalarnos el cadáver de alguien que parecía haberse “separado” para ir a buscar a Dios. Nos reímos debido a la tensión nerviosa y decidimos que “Cachitos” (que era el nombre con el que bautizamos al tipo desmembrado) sería el punto de encuentro. Ariadna apuntó que un tipo al que podían comerse los cangrejos en una tarde no era la mejor referencia de la playa pero una perdedora del 3 en raya no tiene demasiado carisma de liderazgo y la ignoramos sin piedad.

Hugo y Esther se fueron en búsqueda de Damià, con una orden vital concreta: si encontraban a Núria también podían acercarla hasta “Cachitos”. Ariadna y yo teníamos que buscar a Núria pero sin descartar a Damià. El sol nos estaba jodiendo el cerebro. Al despedirnos, tropecé con Joana que andaba removiendo la arena buscando un anillo que, según ella, le daba suerte. Fue entonces cuando miré hacia la selva y vi claramente como la figura de mi cuñada Mònica bailaba los pasos de la Macarena…

martes, 1 de junio de 2010

Capítulo 1: Algunas veces pasan cosas...

Hoy, 1 de noviembre de 2010, hace 666 días que nuestro avión se estrelló en la isla...

Los creadores de Facebook tuvieron la genial idea de organizar una convención mundial de usuarios en la ciudad de Miami, sólo para joder a Hitler. Cuando los productores del evento supieron que el dictador alemán llevaba muerto desde 1945 ya era demasiado tarde. El éxodo a la capital de Florida fue sencillamente espectacular. Un rotundo éxito mundial. La madre de todas las quedadas. Incluso el Presidente Obama participó en la clausura, animando a todo el mundo a pedirle amistad y regalarle las vacas negras de Farmville. La humanidad estaba más unida que nunca...

De vuelta a casa, en el avión, todos estábamos excitados recordando anécdotas divertidas, encuentros emotivos, sonrisas maravillosas e historias de sexo amistoso.

La azafata de vuelo, que debía ser de Texas porque llevaba un sombrero vaquero y unas cartucheras descomunales, nos comunicó en un pésimo inglés que estábamos sobrevolando el Triangulo de las Bermudas. Todos los que no estábamos doctorados en matemáticas nos acojonamos un poco porque hemos visto muchas películas trágicas. Pero cuando el avión empezó a vibrar violentamente y luego a crujir por la zona de las alas, hasta el más sereno de los matemáticos del avión se cagó encima.

El capitán, un piloto excepcional y un vidente a todas luces, nos dijo por megafonía que nos abrocháramos los cinturones, lo cual ya era algo complicado porque caíamos en picado a 900 kilómetros por hora. Los gritos de pánico eran ensordecedores. Vaya manera más absurda de morir, pensé. Sin poder despedirme de mis hijos. La luz que entraba por las ventanillas se volvió cada vez más blanca, más cegadora y la presencia de Dios se me antojó más cercana. Núria, a mi lado, había perdido el conocimiento a causa de la terrible tensión. De pronto, el avión hizo un giro espectacular y por la ventanilla pude apreciar que el horizonte volvía a su posición horizontal. Segundos después nos estrellamos y todo mi universo se volvió negro y silencioso...

Abrí los ojos y un sol ardiente casi me abrasa las pupilas. La luz era tan blanca que probablemente la pagaba Florentino Pérez. Traté de contar mis extremidades con suaves movimientos. Cuatro. Me acaricié la cara y el cuerpo pero no sentí placer. Me incorporé un poco, lo suficiente para darme cuenta que estaba sobre la cálida arena de una playa paradisíaca. Mi cerebro iba conectándose poco a poco y, una vez superada con éxito la valoración de daños personales, mi prioridad era encontrar a Núria, Damià, Esther y Hugo de una sola pieza. Luego ya pasaríamos lista con los colegas...

Me levanté y pude ver un espectáculo dantesco. No, no había perdido las gafas como en la Estampida. A mi alrededor, la gente gritaba, corría de un lado para otro (los que todavía tenían piernas) o simplemente agonizaban junto a unos cangrejos muy rojos. Anduve en estado de shock durante varios minutos, deseando ver a mi familia en perfecto estado. O en un estado que no implicara tener que coserlos demasiado. El olor a carne humana quemada se mezclaba con el delicioso perfume que emitía un mar extremadamente azul, algo que me recordó que llevaba horas sin comer.

Una vez recuperados todos mis sentidos, excepto el arácnido, casi estallo a llorar cuando encuentro a mi hermana Esther, sangrando con una terrible brecha en la cabeza pero, jugando a tres en raya en la arena de la playa y con unas bonitas conchas de molusco. Me mira, y una sonrisa atraviesa su dulce y angelical rostro. Ha ganado una vez más a Ariadna, que siempre ha sido más del parchís. Nos abrazamos los tres emotivamente, entre sollozos, ante la atenta mirada de Rodolfo, que también se hubiera unido al grupo de conservar sus extremidades superiores pegadas al cuerpo...