martes, 27 de julio de 2010

Capítulo XVIII: Zumbidos y aguijones...

Su estaba pensando en lo torpe que había sido el Tiranosaurio Rex cuando escuchó voces susurrantes que se acercaban. Una ola de arena, causada por los andares noctámbulos del jodido grupo, acabó en toda su cara, pero aguantó estoicamente sin mentar los muertos de nadie. Abrió el ojo con menos arena y pudo ver la silueta de Hugo, la de David y la de una chica a la que no supo reconocer. ¿Dónde van éstos a estas horas de la noche?, se preguntó.

La curiosidad mató al gato pero a Su nunca le habían gustado las sardinas. Se levantó cuidadosamente y pisó la tibia de Pau que descansaba plácidamente.

- Ahhh, tarjetaaaaaa rojaaaah arbitrooodelooscojoneees, haaa shidoooo tarjetaaa coomoounaaolaaaaaa – comentó Pau, no sin parte de razón.
- Perdona, Pau, ha sido sin querer – dijo Su.
- Pueees que sheeea sooolo amarillaaaa – puntualizó piadosamente Pau, antes de darse la vuelta y seguir durmiendo.

Su cogió un pack de seis cervezas fresquitas para el camino y se puso a seguir al grupo a una distancia de 20 metros, aproximadamente. Cuando llevaban media hora andando y ya estaban algo alejados del campamento, un extraño e inquietante ruido empezó a zumbar sobre sus cabezas.

- ¿Qué coño es ese ruido? – preguntó David inquieto.
- Ni idea. Pero seamos optimistas y descartemos al Tiranosaurio – aportó Hugo para calmar a su cuñado.
- Parece un mosquito gigante, ¿no? – dijo Joana.
- Joana, por favor, deja el tema de la investigación sonora para los verdaderos expertos, ¿vale? – contestó David algo impertinente y justo antes de que el mosquito gigante le golpeara brutalmente.

La situación se puso algo tensa. La luz de la Luna dejó ver la silueta de un mosquito de al menos tres metros de longitud. El afilado aguijón que tenía parecía un arpón ballenero, que hubiera acojonado al mismísimo Moby Dick. David había salido lanzado a varios metros de distancia y yacía un poco más inconsciente que de costumbre. El mosquito había hecho varias piruetas después del impacto y, como nadie le había aplaudido, iniciaba un segundo ataque. Esta vez la presa era Hugo. Sin embargo, todo indicaba que no iba a tener tanta suerte como su colega, porque el mosquito gigante estaba preparando su terrible aguijón y no llevaban Aután.

Hay momentos en la vida dónde quedarse quieto no es una opción. Su cogió dos latas de cerveza y, agitándolas con bastante violencia, empezó a correr como una posesa:

- ¡Boooonsaaaaiiii! – gritó Su que era más de plantas que de japoneses.

Arrancó las anillas con los dientes en plena carrera mientras Hugo esperaba una muerte tan segura como dolorosa y Joana seguía petrificada de terror. Los dos chorros de cerveza impactaron en el abdomen del mosquito gigante, que cambió su rumbo, más por el susto que por la potencia del chorro, y se estrelló mortalmente contra la única roca que había por allí.

Hugo estaba perplejo. La intervención de Su había sido casi divina. Estaban salvados… una vez más.

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