viernes, 18 de junio de 2010

Capítulo XII: El misterioso caso de la tarta y otros destinos inciertos...

Rosa abrió los ojos muy lentamente. La luz era pura, dañina. Todo su alrededor estaba absolutamente blanco. Sospesó la posibilidad de estar muerta o, lo que era aún peor, en alguna sala del Santiago Bernabeu. Se sentía tan cansada como relajada. Su cabeza, hecha un completo lío, reposaba cómodamente en algo mullido. Probablemente estaba en alguna cama, pero cuando trató de averiguarlo intentando levantar la cabeza, una mano se depositó suavemente en su frente, mientras una voz angelical le ordenaba descansar...

Damià había salido en busca de algo éticamente comestible. Su sensibilidad personal se oponía a seguir desayunando las ya famosas “Happy Hamburguer” de Antonia. Para conseguir el ramo de flores amistoso, ofrecido a Ariadna el día de su cumpleaños, había estado investigando en una franja de unos 50 x 5 metros de selva. No era mucho a nivel de exploración terrestre salvo que fueras una zarigüeya. Tampoco tenía datos como para cartografiar el terreno con precisión. Pero le había parecido ver algunas moras. Además de los cocoteros, por supuesto. Pero sus frutos estaba muy altos y ya había tenido una mala experiencia con un árbol.

Por el camino saludó a Vero que estaba tomando el Sol desnuda. Unos, muertos quemados vivos, y otros, vivos tratando de quemarse al Sol, pensó. Toda una paradoja que le tuvo reflexionando hasta que se metió en la zona donde podían estar los frutos silvestres. El susurro que oyó a continuación, una especie de molesto zumbido dentro de la cabeza, hizo que se tumbara en el suelo a una velocidad felina. Acto seguido, una caja de madera de enormes dimensiones le pasó por encima, estrellándose contra un enorme cocotero. Cayeron hasta 6 cocos cerca de su cara. Todo un botín, pensó. Pero cuando se incorporó y acercó a la caja no podía dar crédito a lo que vio. Aquello hubiera enloquecido a cualquier reponedor del Capabro. Comida. Bebida. Desodorante. La felicidad completa no existe. Porque al otro lado del cocotero, un koala del tamaño de Bud Spencer le miraba desafiante con ojos asesinos...

Marta bebió un sorbo del agua que le ofrecía Núria, también conocida como Xpoc por sus orígenes extraterrestres. Las graves heridas que se había hecho Marta en el accidente la tenían postrada, con mucha fiebre y malestar general. Núria no era enfermera profesional pero, como madre de tres hijos, estaba preparada hasta para pilotar el avión, si alguien tenía cojones de montarlo de nuevo. Había intentado desesperadamente que Marta tomara unos antibióticos pero ésta se negaba una y otra vez porque no tenía la receta del médico. Maldita deformación profesional, pensaba Marta cada vez que tosía un poco más de sangre...

Hugo y David se miraban en silencio mientras hacían un castillo en la arena. La torre de Hugo era más alta pero menos estable.

- Aquí pasa algo muy raro, Hugo – dijo David en un alarde de reflexión.

Ninguno de los dos tenía una explicación para milagrosa y oportuna transformación en pastel de la cabeza de su gran amigo Juan. Hugo, en el momento de los hechos, se había dejado la parte de la nata porque le sabía a seso. David le había encontrado al pastel de chocolate un extraño regusto a colonia de hombre. Ariadna y Esther lo habían encontrado buenísimo e incluso repitieron varias veces. Damià y Núria conocían demasiado bien a David como para saber que, ese pastel que había traído, era más sospechoso que un concejal de urbanismo. Cuando Núria encontró un pelo en su ración dejó el resto cuidadosamente sobre la cara de David. Damià escupió algo parecido a una muela, pero no quiso comprobarlo empíricamente para no tener tentaciones de emular a Caín...

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