miércoles, 16 de junio de 2010

Capítulo XI: Sorpresa tras sorpresa...

Cuando Esther nos dijo por lo bajini que Ariadna cumplía 38 años, cada uno de nosotros pensó en algo diferente y especial. Damià, por ejemplo, un tipo detallista donde los haya, enseguida ideó ir a buscar unas flores al bosque, aunque luego recordó que era una selva un tanto peligrosa y que tampoco eran tan amigos. Núria, tuvo la genial idea de largarse pitando a buscar conchas de mar para hacerle un bonito collar, como el de la famosa sirenita. Hugo tuvo la excelente ocurrencia de ir a buscarle una tarta con 38 velas que soplar. Yo pensé que mi hermana mentía como una bellaca con la edad de su amiga, pero me solidaricé con Hugo para buscar una tarta. Las misiones imposibles me molan porque si no las consigues tampoco pasa nada. “Coño, era imposible” diríamos al cabo de unas horas buscando una jodida tarta de cumpleaños en aquella isla.

Para poder tener libertad de acción, le encargamos a Ariadna que pusiera en marcha un huerto donde plantar tomates, lechugas y salchichón ibérico, mientras nosotros íbamos a buscar las correspondientes semillas. Le pareció perfecto y pudimos dividirnos en tres grupos: Esther y Núria fueron a buscar distintos caparazones de moluscos para hacerle un collar y dos pulseras. Esther insistía en los pendientes pero finalmente lo descartaron para no poner en peligro la vida de la homenajeada. Damià formaba el grupo más unitario y finalmente se armó de valor y de una estaca afilada, para ir a buscar un bonito ramo de flores a la selva. Hugo y yo teníamos un auténtico reto personal: la tarta.

Como la tarta es algo que se come, fuimos a ver a Antonia. Esta nos dijo que todavía no tocaba el tema de la repostería pero que podía ofrecernos la cabeza de Juan y que le podíamos poner una cobertura de arena para quitarle violencia visual al asunto. Por no dañar sensibilidades y esas cosas. Hugo y yo nos miramos incrédulos ante lo que teníamos delante de nuestros ojos y le exigimos con vehemencia a Antonia una bandeja donde depositar la cabeza de nuestro amigo. Casualmente, tampoco le quedaban bandejas pero nos ofreció un trozo del fuselaje del avión que tenía una forma muy chula, y la camisa roja favorita de Juan para poder tapar “la tarta” y evitar algún que otro gritito delatador.

Nos acercamos a la orilla y Hugo preparó una fantástica cobertura de arena. Fuimos recubriendo con mucho cariño la cabeza, que habíamos puesto de lado para un mejor reposo. Creo que si hubiera estado vivo no lo hubiéramos tratado con tanto cuidado. Juan, algunas veces, incita a la violencia. Finalmente, y con unas bonitas conchas de mar, hicimos un 36 casi perfecto. Hugo y yo sabíamos que Esther mentía, así que nos arriesgamos y le quitamos un par de años. Conseguimos un par de cerillas y regresamos al campamento base.

Damià, que nos miraba con una sonrisa de oreja a oreja, había conseguido un ramo de flores impresionante. Esther y Núria habían confeccionado una colección de joyas marinas alucinantes. Todo un éxito. Ariadna estaba loca de contenta incluso antes de vernos llegar. Diría que incluso antes del accidente. Miré a Hugo preguntándole con la mente si era ético seguir adelante con lo de la tarta metafórica. Hugo estornudó y pensé que aquello era una señal, así que levanté la camisa roja. El rostro de Ariadna se iluminó al ver una deliciosa tarta de chocolate y nata. Con 34 velas. Hugo y yo casi nos cagamos… de miedo, por supuesto.

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