lunes, 21 de junio de 2010

Capítulo XIII: Quién no tiene memoria tiene muslacos...

Luisa le estaba dando a Rodolfo unas cucharadas de sopa, con mucho cariño. Sopa de hierbas que ella misma había ido a buscar y posteriormente había preparado con esmero y con Silvia. La mirada triste y cándida de Rodolfo la empezaba a cautivar… poco a poco. Estaban siendo unos días muy duros, faltos de cariño y todos se mostraban ligeramente alterados en alguna o varias ocasiones. Cuando Rodolfo terminó de tomarse la sopa, Luisa le secó con ternura los labios y le prometió que muy pronto lo desataría del árbol…

Damià saltó por encima de la cabeza del koala mientras lanzaba una tela de araña al cocotero más cercano. El koala gigante se apresuró a mostrarse reacio a jugar. Agarró una lata de Espárragos Cojonudos y la arrojó brutalmente contra la cara de Damià, que la capturó sin demasiados problemas, algo que le hizo sonreír. Tenía poderes. Vaya que si los tenía.

Cuando estaba a punto de lanzarse definitivamente contra el Koala, apareció un tipo llamado Rubén en escena, escuchando música con su mp3, un tanto ajeno al peligro. El koala decidió que el humano evadido de la terrible realidad podía ser una cena menos cansina de pillar y se arrojó sobre el pobre desdichado que todavía no era consciente del peligro y que sentía una bonita pasión por los animales. Damià lanzó otra tela de araña que impactó en la boca del koala gigante, justo antes de que éste le arrancara un brazo a Rubén. De un doble salto mortal con pirueta, muy aplaudido por el joven del mp3, Damià se interpuso entre el simpático suicida y el enorme marsupial, que decidió que había llegado el momento de desaparecer en la selva.

- Joder, tío… ¡eres Peter Parker! – dijo Rubén fascinado.
- Pero tú puedes llamarme Damià, colega – respondió con benevolencia ofreciéndole la mano.

Ariadna había confesado al grupo su edad verdadera y Esther estuvo a punto de atragantarse de la risa. Aquello era significativo e insignificante a la vez. Otro ataque de risa histérico sin venir a cuento. Esther, o tramaba algo, o estaba interiorizando mal alguna cosa que no era buena. Hugo se dio un terrible golpe en la frente para soltar entre dientes un trágico “joder”. Me hizo una señal doble con la ceja izquierda, inequívoca, y quedamos dos minutos más tarde bajo el ala izquierda del avión, dónde Marta agonizaba.

- ¡Hoy es el cumpleaños de Esther! – dijo en plena crisis de ansiedad y sacudiéndome como a un Cacaolat.
- Tienes razón… ¿cómo he podido olvidarme de ello? Hoy es el segundo día del solsticio de verano – dije científicamente mientras recogía mis gafas del suelo.
- ¿Qué comes para ser tan idiota? – me preguntó Hugo mostrándose una vez más algo inquieto por mi dieta.

Teníamos un problema. Un jodido problema. Debíamos encontrar algo que le hiciera pensar a Esther que habíamos recordado su cumpleaños desde el mismo momento en que nos habíamos despertado. Estuve tentado de proponer a Hugo otra visita a Antonia pero mi hermana se merecía algo mejor. Mucho mejor. Teníamos que encontrar al detallista del grupo así que nos fuimos a buscar a Damià que andaba desaparecido desde hacía horas.

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