Encontrarnos con Àlex en la playa fue hermoso, a pesar de que Hugo ni le conocía. Estaba vivo. E hiperactivo. Àlex estaba haciéndose una barca con troncos y juncos, a la que sólo podías subirte si habías bebido lo suficiente como para enfrentarte a una muerte segura. Nos contó que no estaba terminada, lo cual tranquilizó un poco a Hugo. Incluso se aventuró a decirnos que tardaría un par de meses en acabarla completamente y que luego buscaría su propia tripulación para surcar los mares y largarse de la isla. Menudo pirata, pensé. Aprovechando la coyuntura de la conversación, le propuse construir una enorme tarta de cumpleaños de madera con espacio suficiente para un ser humano. De hecho le supliqué que, una vez construida, se metiera en la tarta. Es una sorpresa, le dije sonriente. La propuesta dejó un tanto perplejo a Àlex y Hugo aprovechó para ir a buscar las maderas…
Esther lanzaba conchas contra la superficie del mar, tratando que rebotaran varias veces como sucede en las películas de dibujos animados. De vez en cuando, y con un poco de suerte, las conchas rebotaban una vez antes de hundirse bajo la superficie marina. Eso, generaba en Esther energías negativas de difícil disipación en cortos espacios de tiempo. Pero pronto encontró una fórmula relativamente inocua de enfocar toda esa energía oscura, efectuando unos esporádicos lanzamientos contra Ariadna. Afortunadamente, Ariadna dormía la siesta y cada vez que una concha la alcanzaba en una zona no mortal, remugaba con su dulce voz un inocente “putas moscas”.
Damià y Rubén empezaron a fraternizar con la idea de ir en busca de un lago de agua potable. Bueno, quién dice un lago, dice un río, un riachuelo o unas cataratas. Lo realmente importante del tema era la salubridad del agua. Pero necesitaban ayuda y de la buena si querían meterse en la selva, así que fueron en busca del gigante de la playa: Isra. Éste dijo que sí sin pensarlo dos veces, a pesar de las reivindicaciones salariales de Kevin. Isra estaba harto de mover arena de un lado para otro. Para completar el intrépido grupo de búsqueda, Rubén propuso a la chica que agonizaba: Marta. Su plan no era malo del todo. Si durante la travesía aparecía algún animal salvaje de grandes dimensiones, dejarían a Marta de cebo para ganar tiempo y salir corriendo. Total, le quedan dos telediarios, afirmaba con rotundidad. Damià e Isra valoraron la propuesta y tras unos segundos de densa meditación estuvieron de acuerdo en la excelencia del plan. Cuando la fueron a buscar, estaba dormida y fue Isra quién se la cargó al hombro como si de una alforja se tratase…
Núria había salido a dar una vuelta. No podía quitarse de la cabeza las fotocopias de sus amigos, aquellos que habían muerto en accidente. Afortunadamente, al pasar junto al chiringuito de Antonia, sus pensamientos se disiparon y pudo saludar a algunos colegas que pasaban por allí. Fumó un cigarrillo que le ofrecieron y siguió su peregrinaje incierto por la playa. No tenía ni idea de dónde habían ido Hugo y David, ni tampoco del paradero de Damià que llevaba horas desaparecido. Se descubrió tatareando la tonadilla de una conocida canción. Fue entonces cuando se dio cuenta que había alguien tocando. La música la llevó hasta Carles, que estaba realizando su primer concierto homenaje a las víctimas del accidente. Una emotiva versión melódica del Highway to hell que la hizo llorar desconsoladamente…
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