sábado, 5 de junio de 2010

Capítulo 6: Todos somos una fotocopia...

El encuentro entre Damià, Núria, Ariadna y yo fue muy emotivo. Tanto, que no estoy preparado para describirlo sin repartir antes dosis de insulina entre los lectores. Sólo diré que hubo una magnífica nube de abrazos y besos, una vorágine de fuertes emociones en un breve espacio de tiempo, y aunque alguien metió mano amistosamente a Ariadna, Damià y yo coincidimos en que probablemente había sido Núria que es la que se mueve más.

Faltaba poco para el anochecer, así que nos dispusimos a forzar el reencuentro con Hugo y Esther. Miré mi móvil por si recuperaba cobertura durante unos breves segundos, pero la fortuna se había agotado salvándome a mí y a mi familia del accidente. Escribí un mensaje a mi cuñado y a mi hermana y traté de enviarlo de todos modos: “¿Dónde estáis?”

La gente en la playa se iba organizando poco a poco. Kevin y Isra, dos fuerzas de la naturaleza, se habían pasado horas cavando una enorme zanja donde se iban depositando los cadáveres. Alguien había lanzado por error a Rodolfo mientras dormía, pero después de algunos gritos histéricos fue rescatado. Meritxell estaba cerca, sentada y con una herida profunda en la pierna derecha que no le impedía sacar algunas fotos de la maravillosa puesta de Sol. También pudimos saludar brevemente a Su (sentada sobre una pequeña nevera portátil), Pau y Aaron, que trataban de encender una hoguera con bastante éxito. Nos invitaron a tomar unas cervezas más tarde.

Empezaba a oscurecer cuando Damià llamó nuestra atención para indicarnos que había una fotocopiadora en la zona limítrofe a la selva. Estaba a unos 40 metros. Era una fotocopiadora profesional bastante fea. Perplejos por el diseño, nos acercamos. La fotocopiadora parecía encendida, toda llena de lucecitas y paneles digitales, pero no parecía tener cables por ningún sitio.

Núria, que había trabajado con una fotocopiadora cuando era joven, se aventuró a pronosticar que tal vez estaba conectada a una red wifi. Reconozco que casi me atraganté de la risa. A Damià le saltaban las lágrimas. Ariadna, más respetuosa, se acercó y señaló la marca del cacharro en cuestión; una especie de octógono sacado del Trivial Pursuit con la palabra IRONIA en el centro. Todos coincidimos en que no habíamos visto el anuncio por la tele, así que se trataba de una marca americana. Lo jodido fue cuando la fotocopiadora empezó a funcionar. Y lo realmente espeluznante fue observar que las hojas que salían a la cubeta eran los rostros de algunos de los pasajeros, concretamente los que sabíamos que estaban muertos. Sin embargo, en las fotocopias, sus rostros aparecían felices y sonrientes, dormidos y relajados. Todas ellas en blanco y negro.

Decir que estábamos en shock, no describe, ni mucho menos, el estado del grupo. La gente sensible, somos así. Yo, por ejemplo, me impresiono cuando veo que le cortan las uñas a mi caniche. Aquello que estábamos presenciando no era extraño. Aquello era irreal. Entonces me hice la pregunta clave a la que sólo algunos superdotados podemos llegar : “¿Estamos muertos?

R2D2, nos salvó del silencio sepulcral y me indicó que había recibido un mensaje en el teléfono móvil. El corazón me iban a 100, algo contraindicado para los cuarentones. Revisé la bandeja de entrada: “Estamos en la playa, idiota”, me respondió Hugo por SMS.

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