Según mi teléfono móvil, llevábamos media hora buscando por entre los restos del avión a Núria... o a Damià. Cada segundo era una emoción encontrada. Cada minuto recogíamos algo de dinero, generalmente euros ahora sin dueño o con un dueño al que se podría meter en una botella de Ginebra si tuviéramos una cuchara lo suficientemente pequeña. Cada cinco minutos encontrábamos una oreja. Ariadna creo que jugaba en silencio a encontrar las parejas. De orejas, por supuesto. Yo estaba en fase Diógenes. Tuve entre mis manos una Biblia, una chapa de Watchcelona, una muela del juicio y un bolso de Xpoc. Pensé en hacer un inventario pero Ariadna no tenía bolígrafo.
Me alegró mucho encontrar en buen estado a Carles. Con un elegante sombrero que le protegía del Sol, tocando su guitarra, sobre un enorme saliente rocoso. El tema era una versión country de We are the world y estuve tentado en hacer un Moonwalker pero lo desestimé en el último momento porque ni la arena ni mis caderas parecían dispuestas a colaborar. Carles proporcionaba esperanza a un grupo de tullidos que no podían escapar de su radio de acción, porque los tenía atados a parte del fuselaje del avión. Le di un abrazo sin que soltara la guitarra y mi hebilla quedó enganchada entre las cuerdas. Después de casi dos minutos de algo que sonó muy parecido a Smoke on the water me pude soltar y seguimos nuestro camino.
Ariadna llevaba muy seria desde que la encontramos. Parecía realmente conmocionada por todo lo que nos había sucedido, a pesar de no tener heridas físicas externas. Es cierto que estaba colaborando en la búsqueda, pero su mirada estaba como perdida y ahora, una lágrima atravesaba su rostro. Le pregunté por su estado anímico personal y rompió a llorar desconsoladamente. Al principio no quería contármelo, porque sabía lo mucho que yo quería a mi hermana. Pero finalmente no pudo callarlo ni un segundo “o explotaré como los pechos de la Obregón”, dijo textualmente.
- ¿Sabes por qué me ha ganado Esther en el tres en ralla esta mañana? - preguntó con un temblor en el labio inferior que le daba un cierto aspecto irreal.
- ¿Por qué? - dije tratando de mostrar interés.
- Porque me ha tirado un puñado de arena en los ojos mientras me decía... Ah, yo no he sido, ha sido el viento, ha sido el viento...
- Vaya. Cuanto lo siento. No es propio de ella. Detesta la violencia, como pudiste apreciar antes ¿Por eso tienes ese pequeño derrame en el ojo derecho?
- No. Eso me lo ha hecho con una de las conchas. Ha dicho que se le ha resbalado de las manos. Yo creo que lo ha hecho aposta.
- Imposible. No tiene puntería. Si fuera leñadora, lo único que estaría a salvo en un bosque serían los árboles. Venga. No te lo tomes a mal. Ella en el fondo te aprecia mucho. Ya hemos hecho un poquito de brainstorming, sigamos la búsqueda y luego te prometo que hablaré con ella.
Levanté la vista junto con el resto de la cabeza y vi como, a lo lejos, alguien, probablemente idiota, caía de un enorme árbol. Sin embargo, cuando el cuerpo parecía irremisiblemente condenado a destrozarse contra el suelo, cambió rápidamente de dirección y se estrelló contra el gigantesco árbol. El tipo tenía una cuerda y probablemente trataba de suicidarse. Ariadna estuvo de acuerdo en ir a ver que estaba haciendo semejante majadero.
Cuando estábamos a menos de cincuenta metros algo hizo que se me helara la sangre. Algo demasiado familiar. Había encontrado la mochila de Núria. Me acerqué lentamente, no sin un cierto pánico a pisar alguna o todas las partes en las que pudiera estar dividida mi querida compañera. Afortunadamente no encontramos sus restos pero si los de un dragón de Komodo...
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