domingo, 6 de junio de 2010

Capítulo 7: Terribles descubrimientos dramáticos...

Íbamos de camino hacia “Cachitos”, para encontrarnos con Hugo y Esther, cuando un delicioso olor a barbacoa nos desvió de nuestro rumbo. Fue una enorme alegría encontrar con vida a Antonia, pinzas en mano, fumando y dando vueltas a esos enormes trozos de carne que nadie tuvo cojones de preguntar de dónde habían salido. Pero estaban buenísimos. Lo bonito del hambre es que nos deshumaniza un poco y así somos mejores personas. O animales. O ambas cosas…

Después de darle las gracias por los alimentos, nos despedimos con la promesa de volver al día siguiente y retomamos nuestra ruta nocturna. Unos minutos más tarde, con la Luna iluminando el cielo de la noche, nos encontramos a Hugo y Esther en un estado que… bueno, realmente daba pena verlos. Quemados por el Sol, un poco sedientos y bastante hambrientos, nos esperaban con un inmerecido brillo de alegría en sus ojos. Nadie comentó lo de la bacanal de carne a la brasa porque Antonia dijo que había que racionarla y nos gusta guardar los secretos si con ello no hacemos sufrir más a nuestros seres queridos. A Ariadna se le escapó una risita.

- Oléis a carne a la brasa, cabrones – afirmó Hugo
- ¿Qué quieres, cuñado? Hemos estado rodeados de cadáveres achicharrados todo el día. No querrás que olamos a Channel ¿verdad? – mintió piadosamente, Damià.

Antes de buscar un buen lugar donde dormir, decidimos llevar los restos de “Cachitos” a una carretilla cercana, para trasladarlos hasta donde todavía estaban trabajando Kevin e Isra. Fue entonces cuando descubrimos con amarga tristeza la identidad de nuestro singular “punto de encuentro” gracias a la ropa interior femenina que llevaba puesta: era, sin lugar a dudas, nuestro querido amigo Juan.

No menos triste fue descubrir, unos metros más allá y junto a la caja negra del avión, a nuestro estimado colega Toni. Por la expresión de su cara nadie hubiera diagnosticado que estaba fiambre, al menos en plena noche, pero era difícil sobrevivir todo un día sin la mitad del cuerpo. Hugo, Damià y yo aprovechamos el viaje en carretilla para rezar unas oraciones por ellos.

Dejamos que Esther, Ariadna y Núria prepararan nuestro pequeño campamento, libre ahora de restos mortales lo suficientemente grandes como para reconocerlos como tales, y emprendimos otro breve trayecto hasta la fosa común. Por el camino, Antonia nos hizo una grandísima oferta pero, como no somos unos miserables hijos de puta, finalmente le dejamos la carretilla gratis. Ella, con ese corazón tan grande que tiene que no le cabe en el pecho, nos regaló unos vales para el desayuno.

- La cerveza la traerá Su – pronostiqué arriesgadamente.

De regreso al campamento, comprobamos que ambos, Juan y Toni, aparecían en las fotos en blanco y negro que nos había “entregado” la misteriosa fotocopiadora. En las fotos, además de guapos, parecían realmente felices y angelicalmente dormidos.

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