Damià abrió sus azules ojos redescubriendo el mundo. Un mundo con exceso de luz, pensó. Lo primero que pasó por su cabeza es que estaba muerto. Lo segundo, casi al momento, que para estar muerto le dolían mucho los huevos. Y el tercer pensamiento que recorrió su desorientada mente fue que coño hacia montado en la rama de un árbol gigantesco, a probablemente 12 metros del suelo.
Agitó la cabeza para poner las ideas en su lugar y se le cayeron las gafas. Instintivamente trató de cogerlas cuando ya estaban a tres metros de su alcance. Desequilibrado, físicamente hablando, resbaló y se precipitó al vacío. Lo que sucedió a continuación es difícil describirlo con exactitud. En su viaje irremisiblemente mortal contra el suelo, una tela de araña surgió de su muñeca izquierda, pegándose al tronco del árbol. Por cuestiones físicas que no vienen a cuento, su descenso se vio desacelerado, su movimiento rectilíneo cambio de rumbo, se balanceó brutalmente y su cara se incrustó contra el tronco del árbol. Su nariz empezó a sangrar abundantemente.
Colgado como un jamón de bellota, más aturdido que nunca, miró hacia sus pies, en busca de seguridad personal. Calculó que estaba a escasos dos metros del suelo y, con inmensa alegría por el reencuentro, a la misma distancia de su cuñada Núria. Ésta, con las gafas en la mano, lo observaba con los ojos como platos y una boca terriblemente abierta.
- Esto... ¿Qué te parece si me ayudas a bajar de aquí, cuñada? - le preguntó con una sonrisa complice. Pero ella seguía clavada en el suelo, sin pestañear.
- ¿Qué? ¿No piensas bajarme de esta palmera? Alguien podría comerme pensando que soy un coco – bromeó chisposo.
- Dudo mucho que eso sea una palmera, Dami. - respondió ella con un hilo de voz.
- ¿Por qué no sueltas la tela de araña que te ha salido de la mano? Así a lo mejor llegas al suelo ¿no? - dijo tratando de aportar ideas.
- No se cómo ha salido la jodida tela de araña de mi muñeca. Así que no tengo ni idea de cómo soltarla. - dijo segundos antes que la tela de araña decidiera separarse unilateralmente de su muñeca.
Una caída de dos metros, debido a su estado de salud, podía haberle roto las dos piernas. Sin embargo, al impactar Damià en el suelo, sus extremidades inferiores funcionaron como perfectos y engrasados muelles y el doble salto mortal posterior por encima de Núria estuvo a punto de arrancarle la cabeza. A ambos. Tras un “No hagas preguntas que no puedo responder, cuñada”, los dos iniciaron la búsqueda de sus seres queridos, que podían estar en cualquier lugar a lo largo de la extensa playa que tenían a sus pies, entre los restos del avión siniestrado.
La arena de la playa presentaba el aspecto de un bonito fondo de escritorio al que les han desordenado todos los iconos. De hecho, algunos de los iconos además de desordenados estaban pixelados, con un pixel por aquí o otro por allí.
Damià echó mano a su bolsillo y se alegró de tener todavía el telèfono móvil en él. Ni corto ni perezoso, llamó a su mujer, implorando a los dioses un poco de cobertura. Después de tres tonos, la voz de Mónica sonó muy lejana y con algunas interferencias. Aún así, Damià trató de explicar la situación sin demasiado éxito. Mònica, ante la falta de cobertura y ese silencio incómodo que se produce al no poder hablar con tu interlocutor, inició un pequeño monólogo: “¿Ya habéis llegado? Apenas te oigo, no debes tener cobertura. Yo ahora estoy en clase de baile, cariño. Luego nos vemos en casa. No te oigo nada, ¿eh? Besos”...
- Nada. - dijo Damià. - No se ha enterado de nada. No podía escucharme. Sigamos buscando...
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