Hoy, 1 de noviembre de 2010, hace 666 días que nuestro avión se estrelló en la isla...
De vuelta a casa, en el avión, todos estábamos excitados recordando anécdotas divertidas, encuentros emotivos, sonrisas maravillosas e historias de sexo amistoso.
El capitán, un piloto excepcional y un vidente a todas luces, nos dijo por megafonía que nos abrocháramos los cinturones, lo cual ya era algo complicado porque caíamos en picado a 900 kilómetros por hora. Los gritos de pánico eran ensordecedores. Vaya manera más absurda de morir, pensé. Sin poder despedirme de mis hijos. La luz que entraba por las ventanillas se volvió cada vez más blanca, más cegadora y la presencia de Dios se me antojó más cercana. Núria, a mi lado, había perdido el conocimiento a causa de la terrible tensión. De pronto, el avión hizo un giro espectacular y por la ventanilla pude apreciar que el horizonte volvía a su posición horizontal. Segundos después nos estrellamos y todo mi universo se volvió negro y silencioso...
Abrí los ojos y un sol ardiente casi me abrasa las pupilas. La luz era tan blanca que probablemente la pagaba Florentino Pérez. Traté de contar mis extremidades con suaves movimientos. Cuatro. Me acaricié la cara y el cuerpo pero no sentí placer. Me incorporé un poco, lo suficiente para darme cuenta que estaba sobre la cálida arena de una playa paradisíaca. Mi cerebro iba conectándose poco a poco y, una vez superada con éxito la valoración de daños personales, mi prioridad era encontrar a Núria, Damià, Esther y Hugo de una sola pieza. Luego ya pasaríamos lista con los colegas...

Una vez recuperados todos mis sentidos, excepto el arácnido, casi estallo a llorar cuando encuentro a mi hermana Esther, sangrando con una terrible brecha en la cabeza pero, jugando a tres en raya en la arena de la playa y con unas bonitas conchas de molusco. Me mira, y una sonrisa atraviesa su dulce y angelical rostro. Ha ganado una vez más a Ariadna, que siempre ha sido más del parchís. Nos abrazamos los tres emotivamente, entre sollozos, ante la atenta mirada de Rodolfo, que también se hubiera unido al grupo de conservar sus extremidades superiores pegadas al cuerpo...
Buenas piernas gastan las nativas!
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