martes, 1 de junio de 2010

Capítulo 1: Algunas veces pasan cosas...

Hoy, 1 de noviembre de 2010, hace 666 días que nuestro avión se estrelló en la isla...

Los creadores de Facebook tuvieron la genial idea de organizar una convención mundial de usuarios en la ciudad de Miami, sólo para joder a Hitler. Cuando los productores del evento supieron que el dictador alemán llevaba muerto desde 1945 ya era demasiado tarde. El éxodo a la capital de Florida fue sencillamente espectacular. Un rotundo éxito mundial. La madre de todas las quedadas. Incluso el Presidente Obama participó en la clausura, animando a todo el mundo a pedirle amistad y regalarle las vacas negras de Farmville. La humanidad estaba más unida que nunca...

De vuelta a casa, en el avión, todos estábamos excitados recordando anécdotas divertidas, encuentros emotivos, sonrisas maravillosas e historias de sexo amistoso.

La azafata de vuelo, que debía ser de Texas porque llevaba un sombrero vaquero y unas cartucheras descomunales, nos comunicó en un pésimo inglés que estábamos sobrevolando el Triangulo de las Bermudas. Todos los que no estábamos doctorados en matemáticas nos acojonamos un poco porque hemos visto muchas películas trágicas. Pero cuando el avión empezó a vibrar violentamente y luego a crujir por la zona de las alas, hasta el más sereno de los matemáticos del avión se cagó encima.

El capitán, un piloto excepcional y un vidente a todas luces, nos dijo por megafonía que nos abrocháramos los cinturones, lo cual ya era algo complicado porque caíamos en picado a 900 kilómetros por hora. Los gritos de pánico eran ensordecedores. Vaya manera más absurda de morir, pensé. Sin poder despedirme de mis hijos. La luz que entraba por las ventanillas se volvió cada vez más blanca, más cegadora y la presencia de Dios se me antojó más cercana. Núria, a mi lado, había perdido el conocimiento a causa de la terrible tensión. De pronto, el avión hizo un giro espectacular y por la ventanilla pude apreciar que el horizonte volvía a su posición horizontal. Segundos después nos estrellamos y todo mi universo se volvió negro y silencioso...

Abrí los ojos y un sol ardiente casi me abrasa las pupilas. La luz era tan blanca que probablemente la pagaba Florentino Pérez. Traté de contar mis extremidades con suaves movimientos. Cuatro. Me acaricié la cara y el cuerpo pero no sentí placer. Me incorporé un poco, lo suficiente para darme cuenta que estaba sobre la cálida arena de una playa paradisíaca. Mi cerebro iba conectándose poco a poco y, una vez superada con éxito la valoración de daños personales, mi prioridad era encontrar a Núria, Damià, Esther y Hugo de una sola pieza. Luego ya pasaríamos lista con los colegas...

Me levanté y pude ver un espectáculo dantesco. No, no había perdido las gafas como en la Estampida. A mi alrededor, la gente gritaba, corría de un lado para otro (los que todavía tenían piernas) o simplemente agonizaban junto a unos cangrejos muy rojos. Anduve en estado de shock durante varios minutos, deseando ver a mi familia en perfecto estado. O en un estado que no implicara tener que coserlos demasiado. El olor a carne humana quemada se mezclaba con el delicioso perfume que emitía un mar extremadamente azul, algo que me recordó que llevaba horas sin comer.

Una vez recuperados todos mis sentidos, excepto el arácnido, casi estallo a llorar cuando encuentro a mi hermana Esther, sangrando con una terrible brecha en la cabeza pero, jugando a tres en raya en la arena de la playa y con unas bonitas conchas de molusco. Me mira, y una sonrisa atraviesa su dulce y angelical rostro. Ha ganado una vez más a Ariadna, que siempre ha sido más del parchís. Nos abrazamos los tres emotivamente, entre sollozos, ante la atenta mirada de Rodolfo, que también se hubiera unido al grupo de conservar sus extremidades superiores pegadas al cuerpo...

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